Reflexiones Bíblicas
San Lucas 20, 27-40

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano". Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella". Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos". Intervinieron unos letrados: "Bien dicho, Maestro". Y no se atrevían a hacerle más preguntas

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Después de la purificación del templo, todos los representantes de las autoridades judías están implícitamente de acuerdo en una sola cosa: acabar con Jesús, echarle mano, pero ya nos había dicho Lucas que no encontraban el modo de prenderlo porque todo el pueblo estaba pendiente de su enseñanza (19,48).

La pregunta de los saduceos, de puro estilo casuístico, obedece a las absurdas especulaciones propias de una religión desencarnada de la vida. El fundamento escriturístico de la pregunta es la, para ellos, conocida ley del levirato (Dt 25,5), cuyo espíritu fue, primero que todo, garantizar la continuidad de la procreación o, si se prefiere, multiplicación de la especie, y en segundo lugar, evitar que los bienes dejados por el esposo cayeran en otras manos fuera de la familia.

Lo realmente importante que quiere enfatizar Jesús es la certeza de la vida que se continuará compartiendo en y con Dios, la cual ya no estará sujeta a las mismas dimensiones de limitación y de necesidad humana. Si se habla de vida plena, es porque es plena en todos los sentidos; si aquí nuestra nota característica es la de «seres de necesidades (materiales, espirituales, sicológicas...), en la resurrección seremos seres ya plenos, satisfechos en todo el sentido de la palabra. Eso es lo que quiere decir Jesús con la frase, «serán como ángeles y serán hijos de Dios por haber resucitado» (v. 36).

No hay, pues, necesidad de especular ni de ir más allá de lo que realmente está claro. El Dios que se revela en la Escritura se auto-revela como un Dios vivo y de vivos. Si nuestra fe y nuestra esperanza están puestas en ese Dios vivo, no tenemos que angustiarnos por esa dimensión que ni el mismo Jesús describe en detalle, basta que esa fe y esa esperanza que decimos tener estén orientadas a generar cada vez mejores condiciones de vida digna y justa, y empezaremos a ver que una vida así, en justicia y dignidad es un don precioso que el Padre nos ha dado y que seguramente él no nos lo va a suspender ni a quitar, pues Dios no puede contradecirse a sí mismo.