Reflexiones Bíblicas
San Lucas 17,11-19

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros." Al verlos, les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes." Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?" Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado."

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Los leprosos eran social y religiosamente excluidos en la sociedad del tiempo de Jesús. Ésta se protegía contra ellos manteniéndoles lejos para que no contagiasen a los sanos y puros. Los leprosos dirigen a Jesús una súplica tomada de los salmos: "ten compasión de nosotros", porque Dios es compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel (Ex 34,6) que agracia a los desgraciados. En el acto penitencial al comienzo de la eucaristía también le dirigimos a Cristo la misma súplica: "Señor, te piedad de nosotros". Solamente uno de los diez, doblemente marginado por su condición de leproso y samaritano (extranjero), es el que reconoce que la curación se ha producido por su confianza y adhesión a Jesús a quien reconoce como Señor porque sólo ante Dios se postra uno en tierra. Los otros nueve, quizá pensaron que la curación era algo que se les debía. El milagro supone la fe y si ésta no existe no hay milagro. Levántate, vete, tu fe te ha salvado. "Levántate" es signo de una vida nueva recuperada y "vete" es el comienzo de una vida misionera movilizada por el agradecimiento.

No sabemos agradecer la vida, ni el amor, ni la bondad fundamental de las personas. Para agradecer es preciso superar ese egocentrismo inmaduro en el que el mundo empieza y termina en uno mismo. Para agradecer es preciso superar la indiferencia que nos insensibiliza a todo lo que no redunde en beneficio propio. Para agradecer es preciso superar la rutina que nos puede sumergir en una vida carente de auténticas satisfacciones humanas. Para agradecer es preciso superar la tristeza interior que capta sólo lo desagradable y desalentador e impide ver la bondad que hay a nuestro alrededor. Para agradecer es preciso superar las actitudes hipercríticas, viendo siempre los defectos de los demás y considerando que quienes no son tan negativos como nosotros son unos infelices o ingenuos.