Reflexiones Bíblicas
San Lucas 10,21-24

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar."

Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron."

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El evangelio nos pone de nuevo en el camino hacia Jerusalén. La comunidad misionera que se había dispersado para llevar la Buena Noticia a los pueblos (Lc 10,1), se reencuentra y comparte con alegría la acogida del mensaje de Jesús (Lc 10,17).

Jesús, grita con gozo. No es un gozo superficial basado en un pequeño éxito, pues ya conoce las dificultades y las condiciones adversas a su propuesta, sino un gozo nacido del leer e interpretar la forma de actuar de Dios: "has ocultado estas cosas a los sabios". Quienes se han afirmado en su propio poder o saber no han podido ver la novedad de Dios en Jesús. En cambio allí, a las afueras, los sencillos pobladores sin instrucción, pero con la sabiduría de la vida dura, del trabajo, de la pobreza que obliga al compartir, han acogido su mensaje. Estos hombres y mujeres acostumbrados a seguir el ritmo difícil de la siembra y a acoger a los peregrinos que van y vienen, han podido reconocer el rostro de un Dios cercano, hecho humano, campesino y pobre.

Este es el nuevo rostro de Dios que Jesús nos invita a renovar diariamente: Dios cercano, Dios pequeño, sencillo y pobre, que viene en nuestra búsqueda en las cosas simples y pequeñas de todos los días.