Reflexiones Bíblicas

San Mateo 9,1-8

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados." Algunos de los escribas se dijeron: "Éste blasfema." Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: "¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados -dijo dirigiéndose al paralítico-: "Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa."" Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad. 


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Nuestra cultura occidental, con frecuencia, ignora la realidad de pecado que la amenaza o la subestima considerándola como un prejuicio moral del pasado. Sin embargo, el pecado es una realidad a la que no se le puede dar la espalda. El pecado se apodera de nuestras instituciones, de nuestras comunidades e, incluso, de nosotros mismos. Pero no el pecado entendido únicamente como transgresión de las costumbres o de ciertos preceptos morales, sino como esa tendencia a considerar la violencia, la opresión, la indiferencia y la indolencia como algo ‘natural’ o normal.

En la época de Jesús, como en la nuestra, existen grupos de personas calificadas que, como los maestros de la Ley, son incapaces de enfrentar el pecado para recuperar al ser humano oprimido por esta realidad negativa. Estos grupos de personas están pendientes de los mínimos movimientos de los que se encuentran en medio de la actividad apostólica, pero no para ayudarlos u orientarlos, sino para acusar de blasfemia al que se atreva a liberar a estos seres humanos oprimidos por la enfermedad, la opresión y la exclusión.

Los que acusan a Jesús de ‘blasfemia’ incurren, en realidad, en la blasfemia mayor que consiste en atribuir al demonio lo que es obra de Dios. El pecado, aunque ellos no lo perciban, es la incapacidad de ver la acción poderosa y liberadora de la gracia de Dios en medio de las más desgarradoras situaciones de marginación y de miseria. El pecado es esa fuerza paralizante que nubla nuestras mentes y nos hace incapaces de aceptar la salvación que Dios nos ofrece en esta historia de sufrimiento y de dolor. Desafortunadamente, los grupos que andan detrás de los enviados del Señor gritando ‘blasfemia, blasfemia’ padecen de esa irremediable parálisis que produce el no reconocer los propios pecados.