Reflexiones Bíblicas

San Mateo 9,9-13

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores." 

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La acción de Jesús se dirigía fundamentalmente a pobres y excluidos. Los pobres, debido a sus carencias económicas, a su falta de participación en las instituciones y a las deficiencias de su educación tienden a ser ignorados, aunque constituyan la mayor parte de la población. A ellos, dirige Jesús toda su atención, afecto y solidaridad. Los que han sido privados de los recursos para vivir bien no pueden ser privados del bien mayor que es el amor de Dios.

Pero existe otra categoría de personas que sin ser necesariamente pobres son excluidas, principalmente por prejuicios sociales. Jesús también dirige su atención hacia los excluidos sociales. En su época, los excluidos sociales eran los extranjeros y los cobradores de impuestos. Las personas de otra raza eran discriminadas por los judíos ortodoxos, porque los consideraban impuros. Los publicanos eran excluidos porque los fanáticos de izquierda y de derecha los acusaban de ‘colaboracionismo’ con el imperio romano. Jesús se salta olímpicamente todos estos prejuicios y va al encuentro de las personas, valorando a cada uno por su potencial humano y no por los prejuicios sociales.

La actitud de Jesús levantó ‘sospechas’ de inmediato. Para sus contemporáneos no era posible que un maestro tan reconocido por el pueblo pudiera sentarse en la misma mesa con publicanos y toda índole de pecadores públicos. Ni siquiera los pensadores más liberales, los fariseos, soportaban semejante conducta que violaba todas las normas no escritas de la sociedad. Pero, para Jesús, lo importante eran las personas, por eso recuerda una frase muy famosa de la tradición profética: ‘misericordia quiero y no sacrificios’. Nosotros tenemos que revisar nuestra manera de proceder, no sea que terminemos como los escribas: con la Biblia debajo del brazo pero incapaces de acoger al excluido.