Reflexiones Bíblicas

San Mateo 10,34-11,1 

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. 

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro." 

Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades. 

COMENTARIOS

Las primeras comunidades se vieron en la necesidad de radicalizar las opciones de Jesús. Atrás había quedado la época en que los discípulos eran considerados "una variante más" de la tradición religiosa Judía. Los cristianos luchaban por su identidad, más entre ellos mismos que con el ambiente adverso. Los evangelios son un poderoso testimonio de ese gran esfuerzo por comprender los fundamentos del nuevo estilo de vida que ellos proclamaron. Cada comunidad «inculturó», adaptó y releyó las palabras de Jesús de acuerdo con las circunstancias que debieron afrontar.

La radicalidad, la urgencia y la exigencia de las palabras de Jesús fueron interpretadas creativamente en cada comunidad. Los judeocristianos o judíos pertenecientes al cristianismo plasmaron en el evangelio de Mateo su particular modo de entender la misión de Cristo. Para ellos, el conflicto con ciertos sectores nacionalistas (zelotes) y ultraordoxos los llevó a descubrir que solamente contaban con el apoyo de su propia comunidad. Muchas familias y grupos cedieron al ímpetu sectario y expulsaron de su seno a aquellos que no se ajustaban a los parámetros impuestos por el judaísmo fariseo. Por esta razón, los judeocristianos se vieron forzados a desconfiar de todo el mundo y, en particular, de sus propias familias y grupos de referencia. A esto se refiere el símbolo de la espada en el evangelio. Los grupos nacionalistas convirtieron su propia fe no sólo en arma para defender la identidad, sino en una terrible espada de dos filos para ‘cortar’ con aquellos que se apartaran levemente de los patrones impuestos por la tradición.