Reflexiones Bíblicas

San Mateo 13,36-43

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: "Acláranos la parábola de la cizaña en el campo." Él les contestó: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga." 

COMENTARIOS

En la visión de Mateo, los discípulos encarnan el grupo de personas que acogieron el mensaje del Reino en sus vidas, ya que tuvieron ojos que vieron y oídos que oyeron: ellos estuvieron abiertos y disponibles a la buena nueva del Reino y por eso son considerados dichosos. En contraposición a los discípulos, Mateo refiere que muchos profetas y gente buena del pasado, que desearon ver y ser testigos de la llegada efectiva del Reino y la manifestación de Dios en la historia, no contaron con esta posibilidad.

Jesús declara dichosos a los discípulos porque ellos han sabido abrir sus oídos para escuchar su mensaje, y han abierto sus ojos para ver en los signos que Jesús realiza la llegada inminente del Reino de Dios. Sin embargo, mucha gente no entiende nada porque sus corazones están cerrados por el egoísmo, y sus ojos y oídos permanecen cerrados para ver y escuchar cómo el Reino se está manifestando.

Hoy nosotros y nosotras debemos tener la certeza de que aunque no hemos sido testigos presenciales del mensaje de Jesús, contamos con el testimonio de la Palabra, revelada e inspirada por Dios, para recibir el mensaje liberador que nos quisieron dejar algunas comunidades, al experimentar la fuerza de su fe y adhesión a Jesús por la fuerza del Espíritu Santo (la mayoría de ellas sin haber contado con el conocimiento directo del Jesús histórico). Pero también debemos sentirnos dichosos porque muchos hombres y mujeres, antes que nosotros, han sentido en sus vidas también la fuerza y el mensaje del Evangelio y lo han logrado transmitir con su experiencia y testimonio generoso de generación en generación.