Reflexiones Bíblicas

San Mateo 13,47-53

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí." Él les dijo: "Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo." Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí. 

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Si repasáramos un poco las páginas de los evangelios, teniendo como clave de búsqueda los personajes, la mayoría con nombres propios, con los cuales se relacionó Jesús y con quienes compartió su mensaje de la Buena Nueva del Reino, encontraríamos, más o menos, la siguiente lista: los discípulos, muchos de ellos pescadores ignorantes, gente pobre y despreciados por ser de la región de Galilea; mujeres impuras, enfermas, prostituidas, y muchas de ellas oprimidas por innumerables formas de machismo presentes en la sociedad; ancianas y ancianos inutilizados; pastores impuros y empobrecidos; cobradores de impuestos, odiados por su espíritu colaboracionista con los poderes dominadores de turno; leprosos, ciegos, sordos, tullidos, endemoniados; niñas y niños rechazados por la ley de los adultos; pecadores de toda clase, militares y extranjeros odiados

Sin embargo Jesús hizo sujetos de su amor y predilección a este grupo de personas. Para Jesús no valía el poder o el valer, sino el ser de cada persona, y desde esta condición universal de amor, devolvió a muchas personas la dignidad robada y las integró a su proyecto de comunidad.

Los esquemas mentales, impuestos por la sociedad y la cultura de cada época, aceptan como normales las estructuras que conforman la sociedad. Jesús sabe que aceptar la distinción entre las personas (buenas y malas) era aceptar la discriminación.

Jesús quiere que todas las personas seamos hijos e hijas de Dios, con los mismos derechos que nos hacen seres humanos iguales. La práctica de Jesús nos enseña que para Él no hay exclusión de personas.