Reflexiones Bíblicas
San Mateo 8, 23-27

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!» Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!» Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma. 

Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!» 

Ellos se preguntaban admirados: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!"
 

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En el momento de la tempestad viene la prueba sobre la calidad y profundidad de la fe. Los discípulos siguen a Jesús hasta la barca. Pero frente al temporal sienten miedo y desconfianza. Jesús duerme, es decir, pasa desapercibido en medio de ellos. El les hace ver la fragilidad de su fe. Y con la fuerza de su palabra es capaz de controlar la tempestad.

¡Por Dios! ¡Cómo nos cuesta mantenernos firmes, de pie, ante las adversidades de la vida. En los momentos de tranquilidad nos sentimos seguros y confiados de todo. Pero cuando perdemos el piso y sentimos nuestra seguridad amenazada entonces nos desconcertamos y nos desesperamos. Perdemos fácilmente el norte y navegamos a la deriva. Pero Jesús viaja con nosotros. Su presencia es imperceptible pero, en últimas, es nuestra carta de navegación. Como dice algún afiche conocido: es el amigo, el hermano que nunca falla.

Por todas partes abundan ofertas de salvación, prosperidad, salud, dominio sobre los seres queridos, suerte, etc. Y muchos que nos llamamos cristianos recurrimos presurosos a esos lugares o ponemos nuestra confianza en rezos, sahumerios, ritos esotéricos, actos de hechicería, horóscopos. Pero la fe en Jesús, el compañero de viaje, es demasiado débil.