Reflexiones Bíblicas
San Mateo 13, 54-58

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: "¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?".Y aquello les resultaba escandaloso. 
Jesús les dijo: "Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta". Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe. 

COMENTARIOS

Los milagros de Jesús no son espectáculos circenses. Jesús nunca intentó, ni de lejos, impresionar a sus paisanos con sus signos ni con su sabiduría. Las acciones prodigiosas de Jesús exigen la incondicional respuesta de la fe en el Dios de la vida. Él no le pedía a la gente que se mandaran circuncidar y que proclamaran el credo de Israel (Dt 26, 5) para favorecer a una persona con el don de la vida. La única exigencia de Jesús era una fe incondicional en Dios. Un reconocimiento que el Padre de la vida puede actuar por encima de los condicionamientos sociales, culturales, económicos y religiosos. Y esa respuesta decidida, gozosa y siempre fresca la encontraba tanto en el extranjero como en el mendigo.

La incredulidad consistía en no aceptar que desde los pobres venía la salvación. Los paisanos de Jesús no daban crédito a las Escrituras y, por eso, no comprendían que el hijo del carpintero, de la humilde María, se presentara ante ellos como un profeta poderosos en obras y palabras. Ellos esperaban un desconocido, montado en un corcel blanco, vestido de magníficos ropajes. En cambio encontraban al hijo de la vecina, el mismo muchacho pobre que había crecido con ellos y que ahora recorría todo el país anunciando la buena nueva. Uno de los milagros más grandes que hizo Jesús fue hacer que el pobre creyera en sí mismo, en otros hermanos pobres y construyeran un proyecto de fraternidad e igualdad.