Reflexiones Bíblicas
San Mateo 16, 24-28

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venirse conmigo, que se niegue s sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recuperarla? 

Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad." 

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Muchos le comunicaban a Jesús sus buenas intenciones de seguirlo algún día. Por supuesto, si el clima era bueno, si les iba bien en los negocios, si primero obtenían una buena herencia y si algún día llegaban a tener tiempo. Pero, Jesús no tenía tiempo para dilaciones inútiles. Ninguno que pusiese alguna de estas condiciones estaba, en realidad, en condiciones de seguirlo por los tortuosos caminos de Galilea. El llamado de Jesús era urgente y exigente. Aunque había tiempo de «arreglar las cargas por el camino», lo importante era tomar una decisión oportuna.

Una de esas condiciones consistía en asumir «la propia cruz». En el momento en que fue escrito el evangelio, esta expresión significaba que las personas debían aceptar las fuertes y claras exigencias de su fe cristiana y asumirlas con alegría y entereza. Los judeocristianos eran cada vez más marginados de las sinagogas, de la oración en compañía de la comunidad judía e, incluso, de sus propias familias. Pero, esto era sólo parte del precio que debían pagar por optar por una nueva forma de vivir y de relacionarse con Dios y con el mundo. Ellos debían aprender a ir en contracorriente y a proclamar la novedad radical del evangelio que rompía tantos protocolos de la religión judía y de los cultos paganos.