Reflexiones Bíblicas
San Mateo 17, 22-27

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo: "Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres; lo matarán, pero resucitará al tercer día". Ellos se pusieron muy tristes. 

Cuando llegaron a Cafarnaúm, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: "¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Contestó: "Sí". Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?" Contestó "A los extraños". Jesús les dijo: "Entonces los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti". 

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El profeta Ezequiel nos presenta una visión profunda del misterio de Dios, henchida de imágenes apocalípticas y de sonidos inefables. Sin embargo, todo este despliegue de colores y relámpagos no tiene como finalidad satisfacer la natural curiosidad del lector, sino que nos abre una ventana al misterio de Dios, a la manifestación de su gloria. El profeta Ezequiel nos presenta mediante esta visión el preludio del final del fastuoso imperio babilónico que se caracterizó por su crueldad e intransigencia. El paso impresionante del Dios de la historia no permite que nos rindamos ante las pompas del imperio de turno, sino que nos exige total atención a las exigencias del Señor.

Jesús se presenta a sí mismo como un «hijo de hombre», como la persona del pueblo de Dios que encarna los más altos valores. Pero, Jesús no se presenta como un ser rodeado de auras cósmicas, sino como un hombre totalmente inmerso en el amor de Dios. Un hombre que no escapa a las exigencias de su tiempo. Incluso, aquella de cubrir los impuestos que imponen los gobernantes de turno.

Los publicanos se alarman de la particular libertad de Jesús ante las exigencias tributarias del imperio romano. Jesús no se deja intimidar por la actitud policial de los funcionarios sino que, en colaboración con Pedro, acude a los mecanismos ordinarios de pago. Pedro, con su trabajo diario de pescador, ayuda a cubrir las exigencias legales a las que Jesús estaba sometido como cualquier otro habitante de Galilea. El pez que pedro saca del lago ya lleva en la boca el importe del impuesto. Es suficiente el trabajo diario de pescador para suplir las necesidades básicas. De este modo, la vida ordinaria se convierte en ocasión de enseñanzas extraordinarias.

¿Sabemos descubrir a Dios en las realidades cotidianas y ordinarias? ¿Vivimos nuestra vida como un testimonio continuo de la obra de Dios?