Reflexiones Bíblicas
San Mateo 19, 13-15

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos les regañaban. Jesús dijo: "Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los cielos". Les impuso las manos y se marchó de allí.

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El profeta Ezequiel se propone superar la visión mecánica del pecado según la cual los errores de los antepasados son culpa de los descendientes. Para Ezequiel, cada ser humano es responsable de sus acciones y debe pagar por ellas. La culpabilidad no se hereda, aunque los hijos tengan que pagar las consecuencias de los errores de su predecesores.

Esta mentalidad que atribuye la culpa de los eventos desastrosos a las faltas cometidas por antepasados remotos o cercanos, no permite comprender adecuadamente el problema de la responsabilidad ética. Cada ser humano asume la responsabilidad de sus actos. Ni a Dios ni a nadie se le deben atribuir de los errores personales. Sin embargo, debemos ser consecuentes y reconocer que ciertos comportamientos, opciones e ideologías conducen al sufrimiento de innumerables personas. Esto ocurrió durante la segunda guerra mundial, cuando la barbarie humana alcanzó su límite con el asesinato inmisericorde de un sinnúmero de personas hacinadas en campos de concentración. Maximiliano Kolbe, un noble apóstol de María y religioso dedicado, dio su vida para salvar la de otro condenado a muerte. Sufrió la atroz pena capital de la muerte por inanición y llevo el testimonio de su caridad cristiana hasta el grado heroico.

En el evangelio, Jesús invita a sus discípulos a no convertirse en un obstáculo para las personas que, como niños, acuden con sencillez y alegría a escuchar de su palabra y a gozar de su presencia. Muchos seguidores del Señor tienen la mala costumbre de convertirse en gendarmes de las palabras y gestos de Jesús. Sin embargo, lo que pide el Señor es lo contrario. El auténtico discípulo de Cristo debe enfocar todo su esfuerzo hacia la recepción gozosa de todos aquellos que quieren hacerse partícipes de la alegría del reino.

Del mismo modo, el evangelio nos invita a asumir actitudes diáfanas y sencillas ante Jesús y sus palabras. El objetivo no es infantilizarnos, sino asumir desde la madurez cristiana todos los valores de una entrega auténtica, confiada y decidida a la obra del Señor, sabiendo que en cada momento el extiende su mano cariñosa y acaricia nuestra cabeza fatigada.

¿Vivimos con gozo y alegría el encuentro eucarístico con el Señor? ¿Estamos dispuestos a buscar la presencia amorosa de Jesús a pesar de los obstáculos que nos presenta la vida?