Reflexiones Bíblicas
San Mateo 4,18-22

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, pasando Jesús ante el lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: "Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres." Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

COMENTARIOS

Pasando por la orilla del lago: Jesús se encuentra en Cafarnaún, «no se quedó en Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnáun a orillas del lago». Dato que ayuda a ubicar los orígenes históricos del ministerio de Jesús: «la cosa empezó en Galilea» (Lc 23,5). Pasando por la orilla del lago, es de entenderse que su predicación comienza entre la gente que frecuenta las orillas del lago, comerciantes, pescadores, cobradores de impuestos... En el inicio mismo de su predicación Jesús se da cuenta de la magnitud de su tarea y pone los ojos en dos hombres que estaban tirando la red porque eran pescadores. Jesús llama y explica para qué: hacerlos pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y lo siguieron. Más adelante llama a otros dos, a los hijos del Zebedeo que estaban reparando sus redes porque también eran pescadores. «Ellos dejaron la barca y a su padre y lo siguieron».

No hay ningún dato en el evangelio que indique alguna propuesta específica de Jesús para hacerse seguir por estos hombres. Sólo a los dos primeros les promete hacerlos pescadores de hombres, a los demás sólo los llama. Con cuatro hombres detrás, Jesús ya tiene apariencia de maestro, un maestro debía tener mínimo seis discípulos. Qué expectativas tenían estos cuatro primeros, qué buscaban detrás de Jesús, no lo sabemos. De otros pasajes de los evangelios podemos deducir que ellos esperaban que Jesús instaurara el reino en Israel y para Israel (Lc 24,21) y que ellos tuviera la primacía en la administración y gobierno (Mc 10,35-37); también sabemos que después de un largo trecho en su proceso formativo, ninguno de ellos entendía nada de lo que Jesús quería decir cuando habla de ser arrestado en Jerusalén y sufrir mucho a manos de las autoridades judías ( Mc 8,31-33); también sabemos que en el momento definitivo de Jesús, estos incondicionales seguidores, lo dejaron solo. Pero también sabemos que después de su resurrección, Jesús los envió a anunciar el Evangelio y a hacer discípulos suyos en todo el mundo, además con la promesa de estar con ellos hasta el fin del mundo (Mt 28,19-20).

Volver la mirada al proceso formativo de los apóstoles es encontrarnos con un grupo absolutamente desconectado del proyecto y de la intencionalidad de Jesús. Pero es también encontrarnos con la paciente pedagogía de Jesús que a pesar de todo y por encima de todo confía en sus seguidores al punto de confiarles la expansión de la Buena Noticia; es también caer en la cuenta de que el discípulo no es ni puede sentirse un superhombre, es antes que nada la criatura débil y de poca conciencia que puede llegar a ser, por pura gracia divina, digno de ser enviado, digno de ser operario en la instauración del reino del Padre. En fin, volver a mirar a los discípulos y su proceso de formación es motivo de gran alegría para nosotros cristianos y cristianas del s. XXI porque pese a todo también nosotros podemos contar con que Jesús nos llama, no porque seamos ni los más buenos, ni los mejores, sino porque a pesar de lo que somos y como somos, El puede hacer algo bueno: actualizar permanentemente el reino en el mundo.