Reflexiones Bíblicas
San Mateo 18,12-14

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños."


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¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
"Vuestro Padre no quiere que ninguno de estos pequeños se pierda."
El Señor nos llama constantemente y nos busca: "Venid a mí, ovejas de mi rebaño y os haré sestear." El Señor nos ha dado a nosotros pecadores, su Espíritu sin pedirnos ninguna paga; pero a cada uno nos ha dicho, igual que a Pedro: "¿Me amas?" El Señor no espera otra cosa de nosotros que el amor; y se alegra cuando vamos a él.
Esta es la misericordia del Señor para con la humanidad: tan pronto como el hombre deja de pecar y se humilla ante Dios, el Señor le perdona todo. Le da la gracia del Espíritu Santo y la fuerza de vencer el pecado. Cosa admirable: el hombre desprecia a su hermano, hombre como él, cuando le ve pobre o sucio. Pero el Señor, a su vez, nos perdona todo, como una madre amorosa perdona a su hijo. No rechaza a ningún pecador, antes bien le da el Espíritu Santo...
Señor, concédeme poder llorar por mí mismo y por el mundo entero, para que los pueblos te conozcan y vivan para siempre en tu presencia. Señor, haznos dignos del don del Espíritu Santo para poder comprender tu gloria... Mi alma desea ardientemente que la misericordia del Señor esté con todos los hombres, para que el mundo entero, toda la humanidad sepa con qué ternura el Señor los ama, como a hijos bien amados.
El Señor ama al pecador que se arrepiente. Lo estrecha entre sus brazos y lo acoge sobre su corazón: "¿Dónde estabas, hijo mío? Te espero desde hace mucho tiempo." Así llama el Señor a todos los hombres a través del evangelio. Su voz resuena en todo el mundo: "¡Venid a mí, ovejas de mi rebaño, enteraos cómo os amo!"