Reflexiones Bíblicas
San Mateo 7,7-12

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas."

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Muchos cristianos se desaniman porque a pesar de orar y orar no obtienen de Dios lo que le piden. Algunos hasta se "enojan" con él porque parece no escucharlos. Es que a veces hacemos de nuestra oración y nuestras relaciones con Dios una negociación comercial: "tú me das esto o aquello, y yo de doy esto otro". ¿Cuántos creyentes no van a la Eucaristía, o rezan rosarios o hacen ‘mandas’ con el ‘convenio’ previo de que han de recibir de Dios, o incluso de María o de los santos lo que creen que necesitan? Dios, por su parte, ¿necesita de misas, de largos rezos, de sacrificios a veces tan inhumanos como realizar largos y tortuosos desplazamientos de rodillas, días de ayuno, en fin…, necesita él alguna de esas cosas para atender a nuestras necesidades y súplicas? Por supuesto que no. El ser humano tiene necesidades; Dios no. Y ahí está la diferencia entre Dios y nosotros. El ser humano lucha y se fatiga día tras día en la tarea de satisfacer sus necesidades; sin embargo no todas las necesidades que decimos tener son en realidad importantes o imprescindibles para nuestra vida; luego, el cristiano debe mantener una actitud de discernimiento para establecer sus reales necesidades vitales. Y en nuestra relación de confianza absoluta en Dios como en un padre que conoce nuestras necesidades y está dispuesto a otorgarnos lo que en realidad nos conviene, una adecuada disposición de corazón cuando lo pedimos algo, sobre todo cosas materiales, es decirle de corazón: "…si en realidad eso me conviene y está de acuerdo con tu voluntad". Pero ese amante Padre nunca dejará de escucharnos si le pedimos sabiduría y la luz de su Espíritu para cumplir su voluntad, como el peque o Samuel: "¡Habla; Se or, que tu siervo escucha!" (1S 3,10).