Reflexiones Bíblicas
San Mateo 7,15-20

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

15Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis; a ver, ¿se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? 17Así, los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, 19y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego. 20Total, que por sus frutos los conoceréis.

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Previene Jesús contra el engaño de las palabras. Hay quienes llegan a la comunidad pretendiendo falsamente hablar en nombre de Dios (falsos profetas). De los profetas falsos, se contrasta la suavidad de su lenguaje (ovejas) con su realidad interior (lobos rapaces), que los caracteriza como individuos que buscan sin escrúpulos su propio interés. El criterio para distinguirlos es su modo de obrar.

Para Jesús, las obras brotan espontáneamente de la realidad interior. No moldean ellas la índole del hombre (doctrina farisea), sino que son el reflejo infalible de sus actitudes profundas. El obrar no determina la actitud, sino que nace de ella.

Vuelve el tema de la limpieza de corazón (5,8; cf. 15,19). No hay vida interior independiente de la exterior: las obras delatan lo interior del hombre.

No valen, por tanto, las protestas de ortodoxia ni la dulzura de las palabras, sino la realidad de la conducta. La insistencia sobre las plantas sin fruto y sobre el fruto bueno y malo ponen la advertencia de Jesús en el terreno de lo que sirve o no sirve para la vida. Los falsos profetas tienen un influjo dañino sobre la comunidad, y quien produce muerte está destinado a la muerte (19).

Este colofón repite el criterio expuesto antes (v. 16), mostrando su importancia. Lo que no contribuye a la vida no es de Dios. Pueden identificarse estos falsos profetas con los que se eximen de «uno de estos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres»

La comparación con el fruto y el árbol, y la suerte del árbol malo, ya presentes en la predicación del Bautista (3,8.10), hacen ver que la metáfora del árbol que da frutos malos se refiere a los que no han hecho una enmienda sincera, es decir, a los que no han hecho más que exteriormente la opción propuesta por Jesús en las bienaventuranzas (cf. 7,26s). Estos procedieron con la comunidad cristiana como pretendían hacer los fariseos y saduceos respecto al bautismo de Juan (3,7): aparentar la enmienda (bautismo) sin romper realmente con la injusticia del pasado. Mateo denuncia, pues, la infiltración en la comunidad cristiana de la hipocresía farisea (decir, pero no hacer, cf. 23,3), como lo hará de nuevo en la perícopa siguiente y en otros pasajes (cf., p. ej., 13,36-43; 22,11-14).