Reflexiones Bíblicas
San Mateo 19,23-30

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios." Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: "Entonces, ¿quién puede salvarse?" Jesús se les quedó mirando y les dijo: "Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo." Entonces le dijo Pedro: "Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?" Jesús les dijo: "Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros."

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Jesús reivindica hoy una idea fuertemente remarcada por los profetas: la riqueza puede ser un obstáculo enorme en el camino hacia el reino. Pero no sólo la riqueza entendida como la acumulación desproporcionada de bienes, sino también la ambición desmedida. Cuando una persona, un grupo o un sistema social completo entra en la lógica mercantilista que convierte la existencia humana en una carrera desesperada por obtener cosas, entonces toda aspiración por un mundo más justo y humano desaparece.

Las palabras de Jesús parecen duras e impracticables. Los mismos discípulos se espantan y replican: ¿entonces quién puede salvarse? O sea, ¿quién no va detrás de las riquezas? Con desánimo lanzan una duda pragmática sobre el idealismo de Jesús.

«Entrar en el reino» equivale a seguir a Jesús (v. 21). «El reino» designa la comunidad mesiánica (cf. 16,18s: mi iglesia, la comunidad del Mesías = el reino de Dios), que ya desde esta tierra tiene a Dios por rey (5,3; 19,14). Con la hipérbole del camello y la aguja Jesús afirma categóricamente la práctica imposibilidad de que los ricos renuncien a la riqueza para hacerse discípulos.

«Subsistir»: gr. sôthênai, «salir / escapar / salvarse de un peligro» (cf. 9,21s), en el sentido de 16,22: poner la vida física a salvo, aquí escapando del peligro de la miseria. Al anunciar Jesús que no habrá ricos en el grupo, los discípulos temen por el sustento; dado el peligro de que se trata, sôthênai equivale a «sobrevivir/subsistir». La seguridad del grupo no está en los recursos materiales, sino en Dios (v. 26), como ya se ha dicho al rico (v. 21).

La traducción «salvarse» suscitaría inmediatamente la idea de salvación final, creando una contradicción en el texto. Para conseguir la «vida eterna» (= salvación final) bastaba el código ético del AT (vv. 17-19). Lo que ofrece Jesús al joven no es el modo de alcanzar la vida eterna, sino cómo entrar en su grupo (21: «sígueme»), donde, además de conseguir la vida (v. 29), participará en la construcción de la nueva comunidad humana llamada «el reino de Dios» (cf. 19,21 fin); para esta tarea, las condiciones son diferentes (v. 21).

. Jesús resuelve la dificultad de los discípulos: del lado de los hombres, la única manera de subsistir es la riqueza, que crea en otros las condiciones de miseria; del lado de Dios, al contrario, que provee con su solicitud a los que han hecho la opción por la pobreza (5,3: «tienen a Dios por rey») nunca se pasará necesidad. Los discípulos no han asimilado la instrucción de Jesús (6,19-34); tampoco recuerdan las señales de los panes, donde precisamente el compartir, que se opone al reservarse los bienes para sí (riqueza), fue el origen de la abundancia.

Pedro no se deja convencer. Su pregunta es casi un desafío a Jesús. Espera que éste concrete la seguridad que ha dado. Puesto que los discípulos han cumplido las condiciones puestas al rico, quiere saber qué porvenir les espera.

La respuesta de Jesús es solemne («Os aseguro»). «El mundo nuevo» significa la nueva edad del mundo, la definitiva. Puede preguntarse si la expresión de Jesús se refiere al fin de la historia o a la época que comienza con su muerte y resurrección. «Sentarse en su trono de gloria» está en paralelo con 25,31, pero alude más bien a 26,64, pues aquí no se habla de «venida» previa, como en 25,31. Se trata, pues, de la época histórica que sigue a su muerte-resurrección, a partir de la cual el mundo nuevo es una realidad en medio del mundo viejo. Desde entonces, el Israel mesiánico (los Doce discípulos; cf. 10,1) juzgará al antiguo Israel; es decir, la realidad del seguimiento de Jesús y la existencia del pueblo definitivo serán la norma por la que el antiguo Israel, que rechaza al Mesías, quedará juzgado y condenado. Durante ese período, la renuncia a las propias posesiones no desembocará en la miseria, sino en una abundancia centuplicada. Sin embargo, esta última promesa no se refiere a los Doce (al Israel mesiánico) como grupo; Jesús pasa a la tercera persona, al terreno individual: su realización depende para cada uno de la realidad de su renuncia. El término será también la vida eterna, que no será «obtenida» (v. 16), sino «heredada», como corresponde a los que son hijos del Padre y tienen derecho a ella.

Mt omite la precisión de Mc «en esta vida», pues está supuesta por la mención del «mundo nuevo». Confirma con su promesa la supresión de los efectos negativos (miseria) que amenazan a quien opta por la pobreza (cf. 5,3). Pero esto no se hará, como en el AT (cf. Sal 37,11), por tener cada uno su patrimonio individual, sino teniendo todos uno común («cien veces más») del que todos participan. Corresponde esta promesa a la de 5,5: «porque ésos poseerán la tierra».