Reflexiones Bíblicas
San Mateo 12, 46-50Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Todavía estaba Jesús hablando a las multitudes
cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
47Uno se lo avisó:
-Oye, tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo.
Pero él contestó al que le avisaba:
-¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
y señalando con la mano a sus discípulos, dijo:
-Aquí están mi madre y mis hermanos. 50Porque cualquiera que lleva a efecto el
designio de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y hermana y madre.
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«La madre y los hermanos». Se incluía entre los «hermanos» a los parientes
próximos en línea colateral (primos hermanos, segundos, etc.). En esta perícopa,
donde los familiares de Jesús no son mencionados por sus nombres, «la madre»
representa a Israel en cuanto origen de Jesús; «los hermanos», al mismo Israel
en cuanto miembros del mismo pueblo. Israel se queda «fuera», en vez de
acercarse a Jesús. Este rompe su vinculación a su pueblo. Su nueva familia está
abierta a la humanidad entera; la única condición es llevar a efecto el designio
de «su» Padre del cielo, que se concreta en la adhesión a Jesús mismo (cf. la
correspondencia entre 3,17: «Tú eres mi Hijo», pronunciado por la voz del cielo,
y «el designio de mi padre del cielo»). El designio del Padre, aceptado por
Jesús con su bautismo y para el cual el Padre lo capacita con el Espíritu,
consiste en que el hombre se comprometa hasta el final en la obra salvadora.
Todo aquel que se asocie a este compromiso de Jesús queda unido con él por los
vínculos más estrechos de amor e intimidad: se constituye así la nueva familia,
el nuevo pueblo universal.
La escena ha estado preparada por las reiteradas alusiones a la respuesta de los
paganos y a la infidelidad de Israel (8,10-12; 11, 20-24). La sección comenzó
con las dudas de Juan Bautista (11,3), con la constatación de la violencia
contra el reinado de Dios (11,12), la incredulidad sistemática de grupos
dirigentes (11,16-19) y de las ciudades galileas (11,20-24), la ceguera de los
sabios y entendidos (11,25-30), la oposición de los legalistas, que pretenden
matar a Jesús (12,1-14), la calumnia de ser agente de Satanás (12,24), la
invectiva de Jesús contra los fariseos (12,25-37), la petición de la señal
(12,38-42) y el aviso a las multitudes (12,43-45). Los dirigentes de Israel
combaten a Jesús, las multitudes no se pronuncian abiertamente por él y corren
peligro de volver a su situación anterior, pero empeorada hasta el máximo. No
hay mucho porvenir en Israel para Jesús y su mensaje. De ahí la declaración de
Jesús, quien se desvincula del pueblo elegido y lo pone en la misma condición
que cualquier otro pueblo. El designio de Dios ha sido expresado en las
bienaventuranzas. Es la opción allí expuesta la que constituye el nuevo pueblo.
Jesús tiene ya una familia, sus discípulos, abierta a todo hombre, judío o
pagano, que tome la decisión de seguirlo.