Reflexiones Bíblicas
San Mateo 18,12-14:Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "Os
aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque
el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Desde los días de
Juan, el Bautista, hasta ahora se hace violencia contra el reino de Dios, y
gente violenta quiere arrebatárselo. Los profetas y la Ley han profetizado hasta
que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis
admitirlo. El que tenga oídos que escuche."
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En este evangelio Jesús hace una ferviente apología de Juan el Bautista. El
reino sólo lo conquistan los esforzados, aquellos que como Juan dan testimonio
mediante la propia vida. Y eso los hace más grandes que cualquier otra
circunstancia.
El reino de Dios se conquista con el esfuerzo propio, con la renuncia a nuestros
gustos y quereres; no se nos da de arriba, ni llegan a él los comodones o
tibios, sino los que con generoso corazón se hacen violencia a sí mismos
contrariando sus instintos y pasiones, su soberbia y egoísmo.
Jesús exige una actitud de violencia a todo aquel que quiera comprometerse con
su reino: "El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo,
desparrama" (Lc 11,23). Y con certeza podríamos decir que quien no se comprometa
con absoluta entrega, queda fuera del reino. Esta afirmación se complementa muy
bien con aquella otra que nos trae el mismo evangelio de Mateo: "Entren por la
puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta!,
¡qué angosto el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que lo encuentran".
(Mt 7,13-14).
Los violentos que arrebatan el cielo no son precisamente los que hacen violencia
a los demás, los opresores ni los abusivos. Por el contrario, según la
afirmación de Jesús, "quien a espada mata, a espada muere" (Mt 26,52). El reino
es de los que se hacen violencia a sí mismos yendo contra sus propias
inclinaciones perversas.
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ÉPSILON 2007
vv. 11-15. Por decirlo así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar
en ella. Con su bautismo ha sacado a la gente de la institución judía hasta la
orilla del Jordán (3,5s), pero el paso del Jordán para entrar en la tierra está
reservado a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de una
realidad de la que Juan no ha podido participar (11).
Para entender los vv. 12-13 téngase en cuenta lo siguiente. «Se usa la
violencia» (12): el gr. biastes, «violento» (en el mismo versículo), tiene
siempre sentido peyorativo; el verbo de la misma raíz (biazetai) denota la
acción de esos violentos («usar la violencia», lit. «es tratado con violencia»).
«Arrebatar» significa «quitar de enmedio con la fuerza». El sentido del pasaje
es el siguiente: mientras el reinado de Dios era sólo una promesa (v. 13: «eran/
fueron profecía»), todos estaban a favor; pero en cuanto llega la realidad y
exige la enmienda (3,2; 4,17), es decir, la cesación de la injusticia (cf., por
ej., Is 1,16s), los círculos de poder se ponen en contra y usan la violencia
contra él. De hecho, Juan, anunciador del reino (3,2), está ya en la cárcel
(11,2) y crece la oposición a Jesús (9,3.11.14.34; 10,25); pronto se decidirá su
muerte (12,14). Finalmente, da Jesús el rasgo definitivo de Juan (14). En la
doctrina de los letrados se afirmaba que Elías había de preceder al Mesías para
restaurarlo todo (17,11). Jesús afirma que es Juan quien encarna la figura de
Elías. Lo propone como algo que deberían admitir sus oyentes («aceptadlo si
queréis»). Jesús no intenta demostrar esta afirmación: aceptarla supone un
cambio de mentalidad, pues Juan/Elías, en lugar de haberse presentado como una
figura de autoridad, está en la cárcel, perseguido. Por eso, esta verdad no
puede ser admitida más que por los que han renunciado a esperar un reino de Dios
que se impone desde el cielo de modo prodigioso (14). Es precisamente por la
dificultad de aceptar esto para los que están imbuidos de la ideología mesiánica
tradicional, por lo que Jesús añade la advertencia: «Quien tenga oídos, que
escuche» (15).