Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Éxodo 19, 2-6: Romanos 5, 6-11: Mateo 9, 36-10, 8:

ÉXODO. Moisés es el instrumento a través del cual Dios ha liberado al pueblo de manos de un dueño ilegítimo. Como descendientes y herederos de la promesa hecha a Abrahán, los israelitas no deben tener otro señor que el Dios de los padres. 

El pueblo ha sido el beneficiario de la gesta que Dios, por medio de Moisés, ha realizado contra el faraón y sus huestes, en última instancia, contra los poderosos dioses de Egipto. En la sequedad y soledad del desierto ha caminado bajo la guía del Señor. Y ha llegado hasta su presencia, que se hace patente (visible y sonora) en las montañas del Sinaí. Allí, y de nuevo por la mediación de Moisés, Dios le propone una alianza: Él siempre cuidará de ellos, les ofrecerá y garantizará un futuro a cambio de que ellos le sean fieles, a cambio de que no busquen un destino al margen de Él, de que no se rijan por otras normas que las que Él les ha dado y de que (según las creencias de aquella época) no sirvan a otros dioses (de cuya existencia estaban plenamente convencidos).

La alianza en el Sinaí supone el acto jurídico que fundamenta la existencia de Israel como pueblo de Dios. Conlleva unos derechos y unas obligaciones. Entre otras estaba la de vivir como un pueblo santo, porque Dios es santo y quienes le sirven deben serlo también.

EVANGELIO. Jesús camina por la vida con los ojos abiertos y, al ver a las gentes, las encuentra sumidas en una situación lamentable: "extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor". Dicho de otra manera: la mayor parte de la población era víctima de la marginación, la injusticia, la enfermedad, la pobreza, la opresión y la ignorancia. Esta atmósfera de sufrimiento y de miseria suscita en Él un movimiento de compasión: "al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas". El verbo griego es tan significativo que tendríamos que glosarle con expresiones que explicitaran ese sentimiento de Jesús: a Jesús se le enternecían las entrañas, se le partía el corazón. La misión de Jesús brota de su misericordia entrañable, de la compasión que siente ante tanta miseria material y espiritual.

Hacer obra de liberación es desvelar la dignidad oculta, poner delante los valores que tiene toda persona, reinsertar en la sociedad con la intención de hacer que se participe activamente en ella. Si la misión no libera, si únicamente adoctrina, no es la misión de Jesús. Si abre posibilidades, si suscita sugerencias, si ensancha el interior de la persona, sí que es la misión evangélica. Un aire nuevo, un respirar hondo, eso tan simple habría de generar la experiencia cristiana.

Ante tan inmensa tarea Jesús necesita colaboradores, que no obrarán por su cuenta sino por el poder de quien los envía. Tan identificados se sienten los apóstoles con la misión de Jesús que comparten su vida y algún día compartirán también su destino redentor.