Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo III del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Isaías 8,23-9,3 1Corintios 1,10-13.17 Mateo 4,12-23


ISAÍAS. Isaías dice que el Señor "humilló el país de Zabulón y de Neftalí", es decir, las regiones occidentales del reino de Israel.

Visto en clave religiosa, Isaías proclama que esta parte del pueblo elegido no ha sido olvidada por Dios, y que, tras su humillación, será rescatada. Como imagen de la opresión se emplea, como símbolo, la tiniebla. Era una situación para la que no se veía una luz de esperanza. Como en tantas situaciones que vivimos en nuestra existencia. El pueblo no puede disipar esta tiniebla que lo envuelve, pero Dios sí, porque él es la luz. La decisión de salvar la toma el único que puede hacerlo.

Frente a la tristeza de la humillación brota la alegría de la salvación, la fiesta de la luz. Con la luz llega el Señor, y el pueblo se siente en su presencia. La alegría es el fruto del reencuentro con Dios; es el regocijo de quien es sacado de las tinieblas y se encuentra con el que es Luz. En el evangelio pesará aún más esta dimensión espiritual del encuentro con Dios a través de Jesús.

El pueblo de Israel tenía entonces muy vivo en el recuerdo, y en la experiencia cotidiana, el poder arrollador del invasor asirio. La tradición veterotestamentaria lo convirtió en símbolo de la devastación y la opresión extremas. Isaías se sirve de este terror, que ha calado hasta los huesos de su pueblo, para anunciarle que volverá a estar alegre porque el yugo que somete y la vara que oprime serán rotos, porque la bota que aplasta y el manto empapado en sangre serán quemados. Claramente será Dios quien realice estas acciones, pero no de un modo milagroso, sobrenatural, sino a través de un elegido.

MATEO. Jesús vuelve a su tierra. Pero no se instalará en Nazaret, sino en Cafarnaún, situada en la orilla del mar de Tiberíades. Este cambio de residencia señala el comienzo de su actividad mesiánica pública.

Mateo ve todo esto a la luz del pasaje de Isaías, que hemos leído. Lo hace así, para mostrar que la predicación de Jesús se ajusta al anuncio hecho por el profeta.

En el comienzo de su predicación, Jesús hace una afirmación: "el Reino de los cielos está cerca". Y de ahí brota una consecuencia: "convertíos". No es por lo tanto la conversión lo que hace posible la cercanía o presencia del Reino, sino que es el Reino el que hace posible la conversión. "Reino de los cielos" es una expresión para designar a Dios mismo. Dios, al acercarse, al donarse, al regalarse, suscita la respuesta libre y acogedora de su autodonación. Y en esto consiste la totalidad de la conversión.

Dondequiera que se dé esta aceptación libre del don del Espíritu Santo allí hay conversión, tanto si esto se realiza en una situación de pecado como es la nuestra, como si sucede en un estado de mera ausencia de pecado. Cristo es por lo tanto aquel en quien se hizo realidad por primera vez y en sumo grado lo mismo que Él proclama ahora; el reino de Dios se hizo presente en Él y por eso se convirtió al abrirse a su presencia. Es más, Él mismo es el Reino de Dios en persona.