Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo I del Tiempo de Adviento, Ciclo A

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Isaías 2,1-5 Romanos 13,11-14 Mateo 24,36-44 

ISAÍAS. El primer tema del poema es la edificación de Jerusalem. A la edificación de la Jerusalén simbólica corresponde una convocatoria universal a su liturgia. Ambas cosas son paralelas: desde el momento en que Yahvé se desliga del particularismo de Jerusalén, se convierte automáticamente en accesible a todos los pueblos. Estos pueblos son "numerosos", palabra que evoca la multitud por la que el Servidor paciente (Cristo) ofrecerá su vida algunos siglos más tarde. Estas naciones "numerosas" son igualmente las que les fueron prometidas a Abraham y a Jacob (alusión a este último en la expresión "Dios de Jacob").

No es tanto el templo de Sión lo que interesa a las naciones como la Palabra y la Ley de Dios y el conocimiento de sus designios. El templo no es ya el lugar donde se ofrecen los sacrificios sangrientos de la antigua alianza, sino el lugar en donde todo hombre aprende la obediencia a la voluntad de Dios. El verdadero templo de Yahvé es distinto del templo de piedras al que combatirán Jeremías y Jesús.

El profeta plantea a los cristianos la cuestión del lugar que ocupan la fe y la religión en la promoción y la realización de un deseo tan profundo y tan humano como la paz mundial. No puede haber verdadera paz sin conocimiento de la Palabra de Dios hecha carne en Jesucristo, el cual ha suplantado al templo y lo ha reemplazado por su propia persona viva y resucitada precisamente para que todas las naciones puedan darse cita en él.

MATEO. Jesús habla del fin del mundo y de su segunda venida.

La segunda venida de Cristo al fin del mundo no entra en el horizonte de nuestra existencia. Pero sí podemos atisbar, porque todos tenemos fecha de caducidad, la cercanía de nuestra muerte, que siempre llega demasiado pronto y que, para cada uno, es la llegada del Señor. ¿Qué hacer, entonces? "Estad en vela... estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre".

La vigilancia cristiana es la facultad de leer profundamente en los acontecimientos para descubrir en ellos la "venida" del Señor. La vigilancia supone un corazón suficientemente misionero para ver en el encuentro con otro, a escala de los pueblos y de las culturas, un advenimiento del Señor resucitado que reina en todo el universo. La vigilancia supone también un deseo suficientemente vivo de culto espiritual para leer en el sacrificio eucarístico, y en la asamblea que lo ofrece, una prenda de fraternidad en germen entre los hombres, porque ya está dada en plenitud en Cristo.