Reflexiones Bíblicas Dominicales

Bautismo del Señor, Ciclo A

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Is 42,1_4.6_7 Hech 10,34_38 Mt 3,13_17

ISAÍAS. Nuestro autor se encuentra en Babilonia compartiendo el exilio con muchos de sus compatriotas.

En el conjunto de las profecías de este periodo exílico, el autor introduce cuatro cantos cuyo protagonista es un enigmático "siervo". Por medio de él Dios actuará y rescatará a su pueblo. Además, su actuación desbordará todos los límites y alcanzará a todas las naciones. Es un siervo al que se le encomienda una misión universal. No está claro quién es. En ocasiones podría ser el propio profeta, el pueblo entero, el rey persa Ciro (que acabará con el imperio babilónico), alguien que está por venir... La tradición cristiana identificó desde muy antiguo a este siervo con Jesucristo.

El texto que hoy leemos pertenece al primero de estos cantos. Lo más destacable en él es que este siervo aparece como un "elegido" de Dios. Como sucede en toda la tradición bíblica, la iniciativa no parte del hombre, sino de Dios; y su elección está en función de su actitud de obediencia y entrega, de acogida y sometimiento a la voluntad divina.

El poder del elegido será el del Espíritu de Dios; y su misión, traer el derecho a todas las naciones. El profeta nos descubre que su actuación será discreta y humilde: "no gritará, no clamará, no voceará por las calles, no quebrará la caña cascada, el pábilo humeante no lo apagará..."

EVANGELIO. Al leer el texto evangélico, hay que advertir que el lenguaje que utilizan los evangelistas para hablar de este acontecimiento no facilita la recuperación del mismo en su simplicidad histórica. Los evangelistas han echado mano del lenguaje y de las imágenes que la literatura del Antiguo Testamento consagró para narrar las teofanías o manifestaciones de Dios (Moisés ante la zarza, el Sinaí, la vocación de los profetas...). De esta literatura proceden los tres elementos plásticos de la narración evangélica: la apertura de los cielos, la voz que se oye y la bajada del Espíritu.

Pero, aunque no podamos recuperar el hecho en su realización histórica, parece claro que éste fue un momento decisivo para Jesús, en la comprensión de su propia identidad y en la aclaración de cuál era su misión. Todo eso, sin duda, Jesús lo tuvo que ir descubriendo gradualmente. Así lo insinúa el evangelista Lucas cuando habla de su crecimiento y progreso en todos los órdenes. Y en ese proceso de maduración personal tendrían un papel decisivo muchos elementos: algunos textos proféticos que Jesús habría escuchado y orado desde pequeño (entre otros, el del profeta Isaías que recoge la primera lectura), la personalidad y la predicación de Juan Bautista y también la experiencia religiosa que viviera al bautizarse en las aguas del río Jordán.

Simplificando, podríamos decir que, de alguna forma, para Jesús su bautismo fue una "iluminación" sobre su propia identidad, un "paso decisivo" que dividió su vida en un antes y un después, y el inicio de "una misión pública" que asumió y llevó hasta sus últimas consecuencias.