Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Ex.32,7-11.13.14 ITim.1,12-17 Lc.15,1-32

I TIMOTEO. Pablo recurre una vez más a una apología personal. Anuncia que, por pecador que uno sea, ha sido salvado por la bondad de Dios. Señala así que un ministro del Evangelio debe tener una experiencia personal de la gracia que predica, sin lo cual su mensaje será puro raciocinio. El grito de Pablo, considerándose como el "mayor" pecador, traduce el recuerdo de su vida de perseguidor y del poder de Dios que le ha convertido.

Para formular su pensamiento, Pablo reproduce un himno ya clásico en las comunidades primitivas: "Cristo Jesús ha venido al mundo para salvar a los pecadores; Cristo Jesús muestra la amplitud de la paciencia como ejemplo para quienes creen en El para la vida eterna."

Al referirse a este himno Pablo trasciende su caso personal en la contemplación de los grandes ejes del plan de la salvación perseguida por Dios, la paciencia y el amor de Dios y la vida eterna para los creyentes.

Esta contemplación impulsa a Pablo a formular una acción de gracias en la que atribuye a Dios una serie de títulos bastante insólitos en el Nuevo Testamento.

Conviene advertir que la eternidad de Dios, considerada por Pablo, es la que controla los acontecimientos y los integra en una historia de la salvación. Igualmente, cuando el apóstol habla del Dios "invisible" quiere decir simplemente que Dios se revela allí donde una religión humana o una simple filosofía no lo esperarían. Dios no aparece en la sabiduría sino en la locura, no es visible en el poder sino en la pobreza, y se presenta también como incorruptible en una carne entregada al poder del mal y del pecado.

EVANGELIO. El capítulo 15 de Lucas es el de la misericordia de Dios. Se nos presentan en serie las tres parábolas que la ilustran: la de la oveja, la moneda perdida y la del hijo pródigo, o mejor, de los dos hijos pródigos. El marco de la enseñanza no puede pasar desapercibido: recaudadores y descreídos se acercaban a Jesús provocando el enojo de los jefes religiosos.

Las tres parábolas ofrecen el denominador común de la misericordia de Dios. En su raíz latina "misericordioso" es el capaz de com-pasión en su propio corazón; esto es, en lo más íntimo y vital de su ser. En su raíz hebrea el concepto descubre aún mayor ternura. Misericordia es la entraña íntima, casi el útero materno, capaz de sentir gozo, dolor, vida, pasión e ilusiones, por los gozos, los dolores, las pasiones e ilusiones del hijo que ha engendrado. Así que, para comprender al Dios que presentan estas parábolas, se precisan de los rasgos propios de la maternidad. Ya dice un escritor árabe que Dios ama como las madres, y ésas no aman por igual a sus hijos. Aman más "al que está lejos hasta que vuelve, al enfermo hasta que sana, al que está solo hasta que se enamora".

Sólo este amor entrañable explica y justifica al pastor que por una oveja deja a las noventa y nueve; o a la mujer que no puede guardar el gozo de su hallazgo; o al padre que estaba esperando al más pródigo de sus hijos. Y es que el otro también lo era. Pese a la fidelidad incondicional para con su padre, el hijo mayor estaba perdido y no lo sabía... porque no participaba de la misericordia entrañable del padre.