Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Habacuc 1,2-3; 2,2-5 2Timoteo 1,6-8.13-14 Lucas 17,5-10

2TIMOTEO. En el momento en que Pablo escribe, la predicación apostólica encuentra una serie de obstáculos. Timoteo, tímido por naturaleza, puede dejarse impresionar por el encarcelamiento de Pablo. Por otra parte, parecía poco menos que imposible el llegar a convencer a los romanos de pura cepa de que un crucificado pudiera llegar a ser el Señor. Era de esperar, por tanto, el peligro del desánimo y la desconfianza.

Para infundir en Timoteo la valentía y fidelidad necesarias, Pablo le amonesta para que haga revivir en él la gracia de su ordenación sacerdotal. El rito de la ordenación comunica, en general, en el Nuevo Testamento, los carismas de los cuales tendrán gran necesidad los beneficiarios para ejercer determinadas funciones en la Iglesia.

En todo caso, lo que se transmite en este rito es un don de Dios, un "carisma", es decir, una gracia concebida para la utilidad de la comunidad y no para la salvación personal. Esta gracia da, al sujeto de la ordenación, fuerzas, para no avergonzarse del Evangelio de la Cruz, caridad ardiente y entusiasta por el anuncio de la Palabra a todos los hombres, la prudencia necesaria, para un jefe de comunidad y maestro de la verdad; finalmente, la gracia de la ordenación confiere la inquietud constante de guardar íntegro el "depósito" doctrinal.

LUCAS. En estos versículos se encierra un pequeño tratado sobre la fe y las obras.

La fe no confiere el poder de desarraigar un sicomoro y trasplantarlo en el mar con sólo quererlo; tampoco obliga a que el hombre reconozca como inútiles todos sus esfuerzos y aptitudes, grandes o pequeños... Pero la lección es evidente; el hombre no puede realizar por sí mismo el proyecto que le anima; es más: la comunión con Dios y con sus hermanos es para él una necesidad ineludible.

La parábola subraya, sobre todo, que los fariseos (esos creyentes que pesan sus méritos e intentan hacer valer sus derechos sobre Dios) son, en realidad, ante Él, unos pobres siervos totalmente incapaces de hacer algo meritorio. La parábola opone la fe pura e ingenua de los pobres e ignorantes al cálculo sobre sus propios méritos y a la confianza en sí mismos de los fariseos y de los ricos; opone la actitud de confianza incondicional en el Señor, a las protestas bajo cuerda de los que sitúan la religión en el plano de los méritos y del derecho a la recompensa.

Colocada en otro contexto, esta parábola considera el ministerio de los apóstoles como inútil. Nos equivocaríamos si creyéramos que es esa la intención de Jesús. Dios necesita a los hombres, y Cristo tiene necesidad de su Iglesia. En realidad, la expresión contenida en este evangelio apunta a lo que hay de fariseo y autoritario en el corazón de cada uno, cuando el hombre se atribuye a sí los méritos de una acción que sin Dios le sería imposible realizar; cuando el hombre considera las ventajas y los privilegios de la misión que desempeña como otros tantos derechos a la vida eterna y cuando se glorifica a sí mismo en vez de "glorificarse en el Señor".