Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

2Reyes 5,14-17 2Tim.2,8-13 Lc.17,11-19

2TIMOTEO. Pablo acaba de esbozar un cuadro de la vida apostólica. No se habla más que de combates y de trabajos frecuentemente duros, y el apóstol recuerda que él mismo tiene que soportar las cadenas y el cautiverio. Pero el recuerdo de la pasión gloriosa de Cristo y la certeza de la transfiguración de su propia existencia deben dar ánimos al ministro de Dios.

La resurrección de Cristo es la verdad primera inscrita en el evangelio de Pablo. El apóstol se encontró con Cristo resucitado en el camino de Damasco y de este acontecimiento ha hecho la base de su kerigma. De todas formas, a la referencia a la resurrección incorpora Pablo la referencia a la filiación davídica de Jesús, con el fin de mostrar que Jesús no era tan solo un ser celestial, sino también un hombre completo, muy similar a los apóstoles.

San Pablo considera que hay correlación entre el sufrimiento de Cristo y el del apóstol: ambos sufrimientos realizan el designio de Dios sobre los hombres concediéndoles la salvación y la gloria. Según el apóstol, el sufrimiento refuerza la comunión con Cristo y con los demás hombres, debido a que permite imitar a Cristo y trabajar en la glorificación de los "elegidos".

San Pablo identifica el sufrimiento y la gloria de Cristo con el sufrimiento y la gloria de los hombres, por otra. Esta Identificación es fruto del bautismo y del misterio de muerte y de vida con Cristo que realiza este sacramento. A partir del bautismo, toda la vida cristiana se define en tres tiempos: la muerte ya realizada, los sufrimientos actuales, y el reino futuro. Pero ese desarrollo no será efectivo sino en el caso de que el cristiano permanezca fiel a su fe bautismal. También Cristo permanecerá fiel, pues no puede traicionar su palabra.

LUCAS. Este relato, de la curación de los diez leprosos está en conformidad con la legislación contra la lepra fijada por el Levítico. Nueve de ellos se presentan efectivamente a los sacerdotes. Pero el décimo, que es samaritano, no está obligado a someterse al examen por parte del sacerdocio judío y, por consiguiente, puede volver a expresar su agradecimiento a Cristo.

Este relato constituye una nueva pieza que añadir a la polémica de los primeros cristianos contra los judíos. La ley obstaculiza la libertad de expresión de los sentimientos; el pagano está más cerca de la verdadera religión porque es libre frente a la ley y más sensible a la única liberación efectiva, la de la gracia gratuita. A la gratuidad del gesto de Dios responde con frecuencia la acción de gracias espontánea del hombre liberado. Una relación así no podía establecerse dentro del marco de la ley en la que todo está en la línea del "dar al que da"; se sitúa, por el contrario, en la línea de la fe: "Vete, tu fe te ha salvado."

Hay cristianos que se parecen a esos nueve leprosos judíos: practican mucho, pero no saben contemplar; comulgan con frecuencia, pero no saben dar gracias. Su ética carece de horizonte, replegada sobre sí mismo; la minucia y el escrúpulo invaden su vida moral. Su Dios lleva una contabilidad. Al mismo tiempo, se sienten incapaces de abrirse realmente a la iniciativa del Otro, a la gratuidad.