Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo II de Cuaresma, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Gen 12,1-4 2 Tm 1,8b-10 Mt 17, 1-9


GÉNESIS. La escena de la vocación de Abrahán tiene como actor principal a Dios. El patriarca sólo escucha, no dice nada, y finalmente actúa, responde a la llamada. Aún no se ha dicho nada de quién es Abrahán, pero, para comprender bien el alcance de la llamada y de la promesa, es importante saber de él que, como se dice después, tenía 75 años y estaba casado con una mujer anciana como él que, además, era estéril. Es a este hombre, ya en declive, con una esperanza de vida muy reducida y con un futuro negado, porque no tenía hijos, se le dice, sin mediar palabra, que salga de la tierra donde vive, deje todo lo que tiene y se ponga en camino hacia un lugar que no conoce. Este Dios que le habla hará de él un gran pueblo, lo bendecirá y bendecirá, por medio de él, a todos los pueblos de la tierra.

El relato, aunque muy breve, proyecta en Abrahán todo un tratado de espiritualidad basado en la confianza en Dios. El Señor llama, el creyente escucha y responde, como María, con un fiat. No importa lo que se tiene, ni el momento de la vida en que se está, ni los talentos con los que uno cuenta, ni las capacidades para recorrer el camino... Todo depende de Aquél que llama; para Él todo es posible. Y el padre de los creyentes se pone en marcha.

Enlazado con el pasaje evangélico, como el comienzo y la meta de un camino, el texto de Génesis nos muestra la voluntad salvífica de Dios respecto de la humanidad. Y, para ello, llama a un hombre, y le propone una nueva tierra, una nueva humanidad, regenerada y bendecida. Abrahán es la semilla que, cayendo en buena tierra, echa raíces como promesa de un futuro que vendrá. Jesús es el fruto. La transfiguración muestra al hombre nuevo que es él y al que todos estamos llamados a ser por medio de él. 


MATEO. A la proclamación de Jesús como Mesías hecha por Pedro, sigue el primer anuncio de la pasión. La gente, que quiere un mesías político y nacionalista, no entiende a Jesús y le abandona; los apóstoles le siguen, aunque sumidos en la tristeza, el desconcierto y el escándalo. Jesús concentra su esfuerzo en la instrucción de los doce, a los que va revelando progresivamente su destino: subir a Jerusalén, donde será despreciado y rechazado por las autoridades, que le llevarán a morir en la cruz. A los tres días resucitará. Para esta enseñanza, les hace ver que después de la muerte está la vida, y después de la humillación está la gloria. Ésta es la función pedagógica de la transfiguración. 

"Y se transfiguró ante ellos". Transfigurar, en sentido literal, es cambiar de apariencia, de forma, tener un aspecto distinto al corriente. El acto de la transfiguración muestra en Jesús su gloria última y definitiva. Es una visión anticipada de la resurrección.

En las teofanías la voz que se oye revela el sentido del acontecimiento. En nuestro caso, la palabra de Dios, que viene del cielo, habla a estos discípulos asustadizos y desconcertados, para decirles: "Este Hijo del Hombre, que ahora veis lleno de gloria, es mi Hijo, y vosotros haréis bien en escucharle, confiar en él, obedecerle y seguirle por ese camino que sube hasta Jerusalén." Él es el Siervo doliente de Yahvé (Is 42,1), el profeta por excelencia, en el que Dios se complace, y su camino es la gloria a través de la cruz.

También nosotros nos ponemos en camino. El seguimiento de Jesús y el trabajo por el reino nos llama a dejar seguridades adquiridas y descubrir con lucidez nuevos caminos. De este camino no hay mapas trazados de antemano. El Espíritu es nuestro guía. Él sabe marcar el sentido de la orientación y nos ofrecerá las rutas más adecuadas. Tampoco vamos en solitario; vamos con otros aunque tengamos ritmos distintos; aunque los lenguajes sean diferentes, nos une la mística del seguimiento de las huellas de Jesús. Nos une a todos la pasión por seguir a Jesús.