Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo III de Cuaresma, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Ex 17,3-7 Rom 5,1-2.5-8 Jn 4,5-42

ÉXODO.
El agua y la sed tienen en toda la tradición bíblica un fuerte simbolismo humano y espiritual. La falta de agua significa, claramente, anhelo de plenitud y de trascendencia. Y su necesidad se hace más apremiante en unas circunstancias tan dramáticas como las expresadas en este pasaje del libro del Éxodo: el paso por el desierto.

El Éxodo recoge multitud de quejas de los israelitas contra Moisés y contra Dios. Todas ellas suponen desconfianza, duda, temor... ante un camino que resulta desconocido y amenazador. La queja del pueblo es a la vez una puesta en duda de la justicia divina, de su eficacia, y de la honestidad de Dios, que embarca a los suyos en un viaje arriesgado abandonándolos después a su suerte en la aridez del desierto.

El gesto que realiza Moisés no es ninguna acción mágica. Su cayado no estaba dotado de poderes sobrenaturales. Es su obediencia y confianza lo que de verdad resuelve la dificultad.

Por esta acción de Moisés, los israelitas, exhaustos y a punto de morir, recobran, sobre todo, las energías de su fe. Y, si es verdad que no se puede cruzar el desierto sin agua, también lo es que no se logra recorrer el camino de la salvación sin la fe y la confianza en Dios.



JUAN. Junto al brocal de un pozo, en Samaría, coinciden dos personas con dos historias muy distintas, pero las dos con sed. Es el encuentro de dos sedientos junto a una fuente. No se trata de una coincidencia casual, porque la sed es algo constitutivo del ser humano. Las personas, por definición, somos animales sedientos, seres insatisfechos que siempre tenemos sed de algo: de agua, de gloria, de riqueza, de felicidad, de poder, de amor, de justicia, de salvación... Por eso, de una forma o de otra, todos nos vemos reflejados en Jesús y en la Samaritana. Y también en ese pueblo, del que hablaba la primera lectura, afirmando que se veía "torturado por la sed".

La sed es uno de los mecanismos más eficaces del ser humano para salir de sí mismo y superar sus limitaciones. Así lo cantó el poeta: "Me ha despertado de madrugada la sed, la sed del agua lejana". El desencanto y la insatisfacción nos despiertan del sueño consumista de nuestra sociedad y nos recuerdan la necesidad que todos llevamos en el fondo de encontrar el sentido de las cosas para poder vivir la vida en plenitud.

Y es que hay en el ser humano una capacidad infinita que nada ni nadie puede llenar. Y cualquier realidad temporal le deja siempre insatisfecho. Es decir, nuestra sed, en el fondo, es sed de Dios, como afirman los Salmos (42 y 143) "mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo", y nos está remitiendo a la necesidad de buscarlo y de encontrarnos con Él.

Ésta fue también la experiencia de aquella mujer samaritana que se encontró con Jesús. Ella tenía su agua, la de su pozo, pero sin saberlo en el fondo también padecía de sed. Junto a ella aparece Jesús que, como dice el canto de acción de gracias de hoy, "quiso estar sediento de la fe de aquella mujer para encender en ella el fuego del amor divino..", hasta provocar aquella petición decisiva: "Señor, dame esa otra agua y así no tendré más sed". 

Nosotros contamos con la ventaja de saber que este agua se encuentra en aquél que un día alzó la voz en medio del templo de Jerusalén con esta propuesta: "El que tenga sed que venga a mí y beba ... y de lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva" (Jn. 7,37-38).