Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo V de Pascua, Ciclo A

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Hch.6,1-7: IPtr.2,4-9: Jn.14,1-12: 

HECHOS. Por las circunstancias que concurren, parece ser que aún se está en los comienzos de la primera comunidad cristiana, cuando aún no se han traspasado los límites de Jerusalén, y en tiempos de la acción conjunta de los apóstoles.

Ya en este tiempo inicial surgen los primeros problemas de funcionamiento, que hace que la teoría no siempre se corresponda con una práctica coherente. Por una parte el evangelio de fraternidad que anuncian requiere la solicitud hacia todos los miembros de la comunidad, pero de hecho hay quejas de que, aunque esto es así, no lo es del modo tan intenso con que debiera. 

La comunidad cristiana empieza a tomar conciencia de que, con su crecimiento, es preciso organizarse convenientemente; son como un gran cuerpo que necesita la cooperación de todos sus miembros y la regulación orgánica de su vida.

Fruto de este primer conflicto es la elección de siete varones "de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría". Sus nombres revelan que eran de origen helenista; uno de ellos, incluso, es de origen pagano, era un prosélito (cf. 2,11). El encargo que reciben aparece vinculado al rito de la imposición de las manos. Por medio de él se formaliza el encargo y se pide sobre ellos la asistencia del Espíritu para llevarlo a cabo dignamente.


EVANGELIO. Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, están muy tristes. Tienen motivos para sentirse acongojados, pues han escuchado de labios de Jesús anuncios que no tienen nada de alentadores. Jesús, experto en mirar a los que sufren, no los abandona. Se ausenta durante un tiempo, pero volverá. Salió de su Padre y vino al mundo, ahora deja el mundo y vuelve a su Padre. Jesús, como primogénito, el mayor de los hermanos, se adelanta a ir a la casa de su Padre. Allí hay muchas estancias, y quiere preparar sitio para ellos. Luego volverá y los llevará con Él.

Las palabras de Jesús tienen valor para los dos discípulos que le interrogan, Tomás y Felipe, y, en ellos, para todos los creyentes de cualquier época. Juan insiste en la realidad de un Dios a quien nadie ha visto, pero al que Jesús ha revelado. Él es toda la verdad de Dios; es el mensaje y el mensajero. En Dios está la Vida, y esa Vida está en Jesús, y del Hijo de Dios hecho hombre fluye la Vida a los creyentes. Y el único camino para conocer lo que Dios es en Sí y lo que quiere de nosotros, es Jesús: lo que Él dice y lo que Él hace es lo que el creyente debe decir y hacer. No hay otro camino.

Dice san Juan de la Cruz: "Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, ya lo ha hablado todo en Jesús, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas" (Subida del Monte Carmelo, II, 22, 3-5).