Reflexiones Bíblicas Dominicales

La Ascensión del Señor

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Hch. 1, 1-11: Ef. 1, 17-23: Mt. 28,16-20:

HECHOS. El autor de Hechos es Lucas, el mismo que compuso el evangelio que lleva su nombre, y al que hace referencia el comienzo del texto de hoy. A pesar de ser de un mismo autor, llama la atención que ambos libros ofrezcan un relato diferente de un mismo acontecimiento: la ascensión de Jesús. Según el relato evangélico, el Resucitado asciende al cielo, junto al Padre, el mismo día de Pascua, realizando sobre sus discípulos un claro gesto de bendición sacerdotal: "alzando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo". En Hechos, esto sucede tras un periodo de cuarenta días, y no hay ningún gesto de bendición; en cambio, la escena predispone y prepara la venida del Espíritu Santo.

La duplicidad de relatos no pretenden describir un acontecimiento, sino interpretarlo, ofrecer un significado teológico con un lenguaje simbólico.

La ascensión supone, en primer lugar, el paso de este mundo al Padre. En su marcha de este mundo al Padre, interviene una nube, que lo oculta de la vista de cuantos lo contemplan. Tradicionalmente, en la Biblia la nube es símbolo de la presencia de Dios. En Hechos, esta nube vela y desvela el misterio del Mesías Jesús. Por una parte lo oculta ante la mirada atónita de sus discípulos, indicándose así que ya no está aquí. Y por otra, revela su verdadera situación: está en Dios, ha vuelto con su Padre. La ascensión está simbolizando también la glorificación o exaltación de Jesús. No sólo ha vuelto a la vida, ha vencido a la muerte, sino que, además, Dios lo ha llevado a su lado.

Esta marcha de Jesús no supone un desentendimiento de sus seguidores, del grupo de sus discípulos. Volverá junto a los suyos para culminar su obra redentora. Antes, la Iglesia habrá de crecer y llegar hasta los confines del orbe.

 

EVANGELIO. Como en otras apariciones, ésta concluye con una misión o encargo, que consiste en pedirles que "lo de Jesús tiene que continuar". El texto se divide en tres partes, que pueden caracterizarse por las palabras siguientes: revelación, mandamiento, promesa. Y podemos fijarnos que en el texto se repite, con alguna intención, la palabra "todo"

"Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra". La voz pasiva indica que esa autoridad y poder le viene de Dios. Se cumple lo profetizado por Jesús delante de Caifás: "veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso".

"Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado". Es la hora de la misión, que Jesús resucitado transmite a sus discípulos.

Ya en su vida pública hubo un encargo temporal y limitado. Ahora la misión es universal, no tiene ya límites geográficos ni temporales. No se reduce a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sino que se extenderá a todos los pueblos. Los primeros misioneros serán los once apóstoles, que representan al verdadero Israel, llamados a ser el pueblo de la nueva alianza y la luz de las naciones.

Dos tareas: una sacramental, el bautismo en nombre de las tres divinas personas que indica la pertenencia y la adhesión de los bautizados a quienes representan esos nombres, al Padre, al Hijo y al Espíritu. La segunda tarea es catequética: enseñanza del mensaje en toda su integridad y estilo de vida parecido al de Jesús.

"Yo estoy con vosotros todos los días". La última página, con la que se cierra el evangelio, contiene la promesa de una presencia permanente e indefectible de Jesús, que será la garantía de que, aunque se vaya, ellos no quedarán solos ni desamparados: Él se quedará con ellos.