Reflexiones Bíblicas Dominicales

Viernes Santo, Ciclo A

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Is 52,13-53,12 Heb 4,14-16;5,7-9 Jn 18,1-19,42 

Jesús no eligió su muerte. Era algo inevitable, que "tenía que pasar". Fue una consecuencia de la vida que vivió y de la misión que cumplió. En la oración del huerto pedía al Padre que lo librara de la muerte: "pase de mí este cáliz". Momentos antes de expirar en la cruz se queja al Padre: "¿Por qué me has abandonado?"

La crucifixión de Jesús no es para reparar la ofensa que los hombres hemos causado al honor de Dios. A veces, hemos hecho un Dios menos bueno que nosotros. Es importante no caer en la idea de un Dios "sádico" que encuentra en el sufrimiento y la sangre" algo que le agrada de manera particular y le hace adoptar una actitud favorable hacia nosotros.

El Padre se entrega a sí mismo en el Hijo. Es lo que más quiere. El Padre quiere que su Hijo lleve el amor a los hombres hasta las últimas consecuencias y acepta la pasión y muerte de Jesús como entrega total a la humanidad. Dios no destruye la libertad de los hombres.

Porque es la mayor muestra de amor que un hombre puede hacer: dar la vida por sus amigos. El amor es lo que salva, lo que libera, lo que obtiene el perdón. No la muerte en sí, ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. La cruz expresión de la crueldad y del odio humano, instrumento de tortura y ejecución, se hace portadora de misericordia, de vida y de salvación. Jesucristo descendió a los infiernos para rescatarnos de todos ellos.

Una cosa es la libertad de expresión, que, a veces, difunde la mentira o la encubre y otra cosa es que haya voluntad de verdad. Con frecuencia la mentira se utiliza como medio de conseguir el poder y de mantenerse en él. "Una mentira repetida muchas veces, llega a hacerse verdad" (Stalin). Cristo redime dando testimonio de la verdad hasta el final. "Testigo de la verdad", le llama Juan en su evangelio y "testigo fiel" el libro del Apocalipsis. Sólo quienes buscan la verdad por encima de sus propios intereses, humanizan el mundo.

"Cristo está en agonía hasta el fin del mundo" (Pascal). Los crucificados de nuestro mundo prolongan la pasión y muerte del Señor hoy. "Donde crece el mal, crece lo que lo redime" (Hölderlin). Creemos en un Dios que ha hecho justicia a Jesús y en Él y con Él también a todas las víctimas de la historia. A nosotros nos toca hacer que el grito de angustia de Jesús y con Él el de toda la humanidad crucificada, "¿Dios mío por qué me has abandonado?", se convierta en el grito de esperanza y confianza: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu".

José Luis Ruiz Capillas