Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo IV del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Sof 2,3; 3,12-13 1Cor 1,26-31 Mt 5,1-12a


SOFONÍAS. Las lecturas de este día tienen un nexo común: la humildad, la sencillez de vida como modo de vivir intensamente el reino de Dios. La lectura de Sofonías, breve en extensión pero rica en elementos, nos pone ya en camino para el anuncio evangélico de las bienaventuranzas.

Sofonías predica la solidaridad con los necesitados, el reconocimiento de la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios. La verdadera religión pasa por el cumplimiento de los deberes con los más sencillos. La humildad que predica Sofonías no es solo una virtud moral, espiritual, sino también material, por eso insiste:"buscad la justicia, buscad la moderación".

La aparente prosperidad de Israel acabará pronto, porque no está edificada sobre cimientos de justicia y honradez, sino sobre una base de inmoralidad y opresión.

El profeta sabe que sus exigencias no van a ser atendidas por todos; si acaso por unos pocos. A estos pocos, los que de verdad se toman en serio el modo de vida que Dios reclama por medio de su profeta, se les denomina el "resto de Israel". Dios hará justicia a este resto humilde que encontró justo, que no cometió maldades, ni halló en su boca mentiras ni embustes. A estos se les anuncia que "pastarán y se tenderán sin sobresaltos", es decir, que vivirán en paz, lejos ya de la opresión de los poderosos. 


MATEO. El domingo pasado lanzábamos la idea de que Jesús personifica el Reino de los cielos. La proclamación de las bienaventuranzas que vamos a oír nos evoca a la persona de Jesús como la realización de las mismas. Él fue el que "siendo rico se hizo pobre", "se despojó de su condición divina" y vivió como siervo "sin tener donde reclinar la cabeza". Él es la persona "de corazón manso y humilde". Él "lloró y suplicó con lágrimas a quien podía librarlo de la muerte". Él vivió para despertar en los que le seguían el "hambre y sed de justicia". El "se compadeció ante toda miseria humana", tanto física como moral. Vivió con un corazón transparente, sin doblez. Vino a reconciliarnos con Dios y entre nosotros, y así pacificar a todos los pueblos. Y, por último, sufrió persecución llevando una muerte injusta.

Entre los frutos que la presencia del Espíritu trae consigo destaca el gozo, la alegría, la dicha. Por esto Jesús, debido a la plenitud del Espíritu, fue inmensamente dichoso.

La razón que aduce Jesús, para declarar dichosos a los pobres, a los mansos, a los hambrientos, a los perseguidos..., no es la pobreza, o el sufrimiento, o la persecución por sí mismas. La razón de la dicha que Jesús proclama es o bien la posesión ya actual del reino de los cielos, tal como aparece en la primera y en la octava bienaventuranzas ("de ellos es el Reino de los cielos"), o bien la alegría en la esperanza del cumplimiento de la promesa, tal como se afirma en las seis restantes ("serán consolados, saciados...").