Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo IV del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Deuteronomio 18,15-20: 1Corintios 7,32-35: Marcos 1,21-28:

DEUTERONOMIO. El profeta es un mensajero que habla a los hombres en nombre de Dios; pero no es él quien maneja la Palabra de Dios; ésta es la que se le impone haciéndose activa realidad en él. El profeta es una persona con una misión definida y fundamental y de una gran responsabilidad. A través de los profetas Dios dará al pueblo tanto normas espirituales, morales, de convivencia, como del modo en que deben funcionar las instituciones. A lo largo de la historia de Israel diversos profetas irán encarnando esa Palabra, con un anuncio hecho vida, hasta Jesús, Palabra de Dios encarnada. Él es profeta, pero más que profeta, pues ya no habla sólo en nombre de Otro sino "como quien tiene autoridad"

Después de la llegada del Mesías, los hombres seguimos siendo llamados para ser profetas, para anunciar a Jesús en todos los rincones del mundo. Después de la venida de Jesús, son necesarios hombres y mujeres que lleven la Palabra encarnada de Jesús a todos los rincones del mundo.

MARCOS. No es extraño en nuestros días oír y hablar de "crisis de autoridad". Quizá por esto nos resulten llamativas las palabras del evangelio de hoy: "Este enseñar con autoridad es nuevo". Junto a su enseñanza se encuentra la actuación. Relatos como el de la expulsión de un espíritu inmundo reflejan la conciencia de los narradores de que Jesús obraba milagros, aun cuando éstos se expresaran en formas que no se corresponden con nuestra comprensión de tales fenómenos.

La gente se da cuenta de que Jesús no sólo habla y habla, sino que sus palabras tienen efecto: producen en las personas salvación, las libran de los espíritus inmundos, crean en ellas claridad, hay instauración de la vida donde se da la muerte. Como dice J. Moltmann "los hombres son para Jesús enfermos más que pecadores".: esta es la novedad de su enseñanza con autoridad.

También esta actividad de Jesús, que traía salvación y liberaba del dolor, es confiada a cuantos hemos de anunciar el Reino de Dios. Debemos, en primer lugar, reconfortar a la gente, a hombres y mujeres sometidos con frecuencia a procesos de despersonalización en el mundo de la producción y el consumo, o sufriendo crisis dolorosas en el propio hogar o en la relación de pareja. En segundo lugar, debemos sentir la comunidad, no desde una doctrina general y abstracta, sino desde la práctica de la amistad y el amor fraterno, relacionándonos cada vez más entre todos, desarrollando la acogida mutua y la atención recíproca. Quien experimente la salvación de Dios en Jesús, debe despertar en otros la experiencia de haber sido salvado en Jesús.