Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo V del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Is 58,7_10 1Cor 2,1_5 Mt 5,13_16

ISAÍAS. El texto de hoy pertenece a la tercera parte del libro, que abarca los capítulos 56_66. Su autor, o autores, nos resultan desconocidos, e igualmente su tiempo de actuación, que podría oscilar entre el año en que Ciro, tras vencer a Babilonia, permite regresar a los exiliados a sus países de origen (538 a.C.), y la época en que Judá se reorganiza gracias a la labor de Nehemías y la reforma de Esdras (445 a.C.).

En general, el autor canta la grandeza de la nueva Sión, que va a convertirse en el centro religioso de todos los pueblos de la tierra por la intervención de Dios. Pero no se puede pedir y esperar de Dios algo en lo que no se está dispuesto a contribuir. No se puede pedir paz y actuar violentamente, o pedir bienestar y vivir de modo egoísta, o pedir justicia y proceder deshonestamente... Hoy, en nuestro lenguaje, podemos recurrir a un término que sintetiza bien la predicación del profeta: solidaridad.

La solidaridad se inspira en el siguiente principio: si Dios, que es grande, se cuida de ti, que eres pequeño, tú debes hacer lo mismo con los que, a tu lado, están en una situación más precaria que la tuya. Este es el culto que Dios quiere, y no otro. El profeta recuerda lo que Dios de verdad sí quiere: partir el pan con el hambriento, hospedar a los que no tienen techo, vestir al que está desnudo, desterrar toda opresión, mentira y embuste... El ayuno (el culto, los sacrificios, las ofrendas...) que Dios quiere es únicamente atender a quien nos necesita. Solo así romperá nuestra luz como la aurora.

EVANGELIO. En el evangelio de hoy Jesús define lo que es _y lo que debe ser_ el cristiano. Y lo hace con dos metáforas caseras, hogareñas, domésticas: la sal y la luz.

La sal cumple dos funciones básicas: a) como condimento, sazona los manjares y da sabor a los alimentos, y cuando falta, la gente dirá: "las comidas no me saben a nada"; b) y como conservante, preserva de la corrupción, y sin la sal se alteran y descomponen los alimentos. Podemos añadir dos ideas más: la sal no se pone al lado del alimento, sino dentro de él; y en cuanto a su cantidad, si la comparamos con lo que se quiere conservar, su volumen es mínimo, como lo es la levadura con relación a la masa que puede fermentar. El cristiano sólo puede ser sal de la tierra cuando su manera de ser y de vivir proteja a la humanidad de la podredumbre que la amenaza.

En la Biblia y en otras literaturas, la luz se asocia a lo bueno, la oscuridad a lo malo. Sería insensato colocar esa luz debajo del celemín, porque así no ilumina; lo único sensato es colocarla sobre el candelero, para que así alumbre todos los rincones de la casa. La ciudad sobre el monte, que desde lo alto lanza sus destellos luminosos, y atrae a todos hacia sí, no será ya Jerusalén, sino la comunidad de los discípulos de Jesús.

Sólo los cristianos, que se han dejado transformar por el espíritu de las bienaventuranzas, serán luz del mundo y sal de la tierra. Es la única contraseña de quienes siguen a Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien, sanando toda enfermedad, y liberando de toda opresión.