Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo VII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Isaías 43,18-25: 2Corintios 1,18-22: Marcos 2,1-12

ISAÍAS. El profeta cuyo texto leemos hoy, predica en medio de los exiliados, y a ellos, unas palabras de esperanza. Ellos no podrán hacer nada por limpiar sus culpas, pero Dios es esencialmente misericordioso; y busca sanar, en ningún caso destruir.

El texto que se proclama arranca en unos versículos más atrás, donde encontramos tan bellas expresiones como: "Así dice el Señor, vuestro libertador, el Santo de Israel: Por amor a vosotros...", o también: "Yo soy el Señor, vuestro Santo, el Creador de Israel, vuestro Rey". Y así, con esta presentación tan absoluta, se le pide a los israelitas desesperanzados que no recuerden las cosas de antaño: su historia cargada de infidelidades y sus correspondientes castigos. Dios va a realizar "algo nuevo", va a construir a su pueblo una historia nueva, les va a poner en camino hacia un horizonte nuevo. Y para ello abrirá caminos por los desiertos, hará brotar ríos en la estepa. Y no serán los sacrificios del culto ni las grandes liturgias lo que le moverán a ello. Dios no necesita todo esto, pues él "por su cuenta borraba sus crímenes".

Estas palabras del profeta que nos hablan de novedad y de plenitud resuenan ahora en el pasaje evangélico donde Jesús, gratuitamente, ofrece al enfermo-pecador el perdón de Dios, que se traduce en la curación de su enfermedad.

MARCOS. Si damos crédito al evangelio de Marcos, la prioridad primera de Jesús durante su actuación en Galilea fueron los enfermos. Las lecturas de los evangelios de los últimos domingos nos han dado buena cuenta de ello. Hemos contemplado al taumaturgo de Nazaret expulsando espíritus inmundos, sanando de fiebre, limpiando a un leproso y hoy curando a un paralítico. Hemos comprobado, al mismo tiempo, cómo, con esas acciones, Jesús anuncia y transparenta el comportamiento compasivo divino en relación con los hombres. 

Los milagros representan también el clamor del Amor de Dios al servicio del humanismo integral. Van más allá de las fronteras de la vida terrena, integran también la vida religiosa y sobrenatural. En un primer momento le abre al Dios de la misericordia y le transmite una buena noticia, que nadie esperaba, pero que el enfermo necesitaba con más urgencia que la curación de su dolencia física: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". Sólo en un segundo momento, después de una disputa con rabinos, que piensan que Jesús está blasfemando, le cura la parálisis: "Levántate, coge la camilla y vete a casa".

Los milagros que Jesús realiza se acreditan como auténticos signos liberadores de la persona en su totalidad, integrando en ellos tanto el componente físico como el religioso. Reducir al hombre a lo material significa cercenar su dignidad, abierta al Dios. Un humanismo auténtico exige la apertura a la trascendencia. De ahí que Jesús no se contente con sanar los cuerpos; también cura las almas. El hombre completo merece su atención y desvelos.