Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo X del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Os.6,3-6: Rm. 4, 18-25: Mt.9, 9-13:


OSEAS. La profecía de Oseas sale al paso de la falsedad o engaño que supone para Dios una conversión aparente y no sincera de los creyentes.

Consciente el profeta y el pueblo de que a todo rechazo divino le precede un pecado del pueblo, invita a volver a Dios, sabedor de que el Señor nunca rechaza a quienes a Él se acercan sinceramente. La actitud misericordiosa de Dios no la fundamenta el profeta en los méritos del pueblo. Porque los israelitas juran amor eterno a Dios, pero su amor es tan poco consistente como las nubes mañaneras, que apenas sale el sol se disipan. 

Los israelitas sólo se relacionan con Dios mediante ritos externos. Pero esto no basta para satisfacer a Dios. Lo que desea el Señor de su pueblo es un amor sincero, hacia Él y hacia los demás. Como padre quiere que sus hijos lo amen y lo busquen con cariño; como marido, que su esposa le sea fiel y se confíe a Él, que no busque fuera de Él otra relación que destruya su matrimonio. Para el profeta, más valioso que cualquier sacrificio es la misericordia, la solidaridad, la justicia, la compasión, el respeto... Esto sí es de verdad "conocer a Dios".


EVANGELIO. Este pasaje describe la comida que reúne a Jesús, sus discípulos y algunos pecadores, inmediatamente después de la llamada a Mateo.

En su nueva comunidad mesiánica Jesús incluye a personas aquejadas de fuertes dolencias sociales y marcadas a perpetuidad (recaudadores, pecadores, etc.). "Sígueme", dice al del "mostrador de los impuestos". Su comensalía abierta e inclusiva muestra la idea que él tiene del reinado de Dios: una realidad donde absolutamente todos tienen un puesto, no siendo razón para la exclusión la pertenencia a colectivos marginados. "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?". Eso marca y da sentido al mesianismo mismo de Jesús que tiene como anhelo curar a quien está enfermo de cualquier clase de enfermedad. (Jesús reinserta socialmente, más que sanitariamente). Efectivamente, Jesús se preocupó más de la salud integral que del pecado. He ahí una buena pista de actuación evangélica.

Curar la sociedad está al alcance de todos y cada uno. Basta con ser acogedor, amar la vida, estar contento de pertenecer a esta familia humana, acoger a cada persona en lo que tiene de valiosa en sí misma. Desde esta actitud de abrazo y amor, es posible la curación en las relaciones cotidianas y desde ahí hasta los más amplios horizontes soñados. Curar la sociedad es tarea netamente evangélica, ya que eso fue lo que Jesús hizo y por lo mismo es recordado y amado. Quien cura la sociedad en sus dolencias sociales es benefactor máximo de la misma, aunque su nombre no pase a los anales de la historia.