Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Job 38,1.8-11 2Corintios 5,14-17 Marcos 4,35-40 

JOB. La lectura de este breve fragmento de Job está en relación con el pasaje evangélico. Ambos textos manifiestan el dominio, de Dios en el primer caso y de Jesús en el segundo, sobre la tempestad que se desata en el mar. Un mar que, conforme a la simbología israelita, representa a las fuerzas negativas contrarias al bien. El mar simboliza en la Biblia, en la mayoría de los casos, el caos, la muerte, la oscuridad... Sus olas son como la boca abierta de las profundidades, siempre dispuestas a engullir cuanto cae en ellas.

Job pretende encontrar razones a su sufrimiento. Y, cansado de lamentarse, la única salida que le queda es que Dios mismo se explique. Dios toma la palabra. El Señor habló a Job desde la tormenta. Pero habla con preguntas. En nuestro texto se recoge sólo una de estas preguntas: ¿Quién cerró el mar con una puerta...?

El hombre es débil, ignorante; sólo Dios es poderoso, sabio, nada se le resiste, es preciso confiar en él y abandonarse a su providente sabiduría.

EVANGELIO. Esta página del evangelio dice algo importante para nuestra fe personal y comunitaria. La barca es símbolo de la Iglesia y el mar símbolo de la sociedad en la cual la Iglesia ha de cumplir su misión. La tempestad simboliza la hostilidad o la indiferencia de una pequeña parte de la sociedad frente a la Iglesia y su misión. La Iglesia de entonces, la primitiva Iglesia, y la Iglesia de ahora, la nuestra.

En realidad lo que despierta la fe de los discípulos no es el poder de Jesús que calma la tempestad, sino la presencia del Señor que dormía en la barca. Una presencia callada, silenciosa, como quien duerme, pero real y actuante, sonora. Jesús está en medio de nosotros hoy también. No nos abandona, e interpela nuestra fe, nuestra confianza en Él: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?.

Creer es confiarse a un Dios vencedor -el Dios de la resurrección- pero por lo mismo, a un Dios ausente y silencioso. En nosotros resuena su palabra: Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo; Yo he vencido al mundo.