Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Is.55,1-3: Rom.8,35.37-39: Mt.14,13-21: 


ISAÍAS. Una primera característica de nuestro texto es la abundancia y la gratuidad con que el pregonero, en nombre del Señor, reparte entre la población ("sedienta y hambrienta") cuanto necesita para su sustento. 

Pero estas palabras del heraldo divino son acompañadas de una segunda parte. Todo es gratis, sí, pero es preciso acudir a la fuente de donde mana todo esto. Y esa fuente es precisamente Dios. "Inclinad el oído, venid a mí: escuchad y viviréis". Parece extraño que el profeta tenga que decir estas palabras a los israelitas, pero así es. Es preciso acudir a donde está el Señor para recibir sus dones, para recibir la vida. En necesario un movimiento, una voluntad, un ponerse en marcha. El que acuda no volverá con las manos vacías.

Es necesario estar atentos a su palabra; a esa palabra que trasciende el pan o la leche y se convierte en el verdadero alimento del creyente, pues "no solo de pan vive el hombre". Un reproche hay para quienes yerran el camino y buscan fuera de Él el sustento: "¿Por qué gastáis el dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?"

Sin duda, estas últimas palabras, pronunciadas hace algo más de 2.500 años, resuenan hoy en nuestros oídos con gran actualidad. Vivimos en una sociedad que se cree satisfecha; pero lo cierto es que gasta su dinero, es decir, sus energías, en cosas que no alimentan y en bienes que no dan hartura.

EVANGELIO. Jesús contempla la situación de la gente. En él nosotros contemplamos los accidentados caminos, las fatigas y las tristezas de nuestros coetáneos; la lejanía del poblado, el hambre de la gente y sus esperanzas, el desorientado actuar del poder para calmar el deseo más humano de felicidad. Y la Palabra de Dios, en boca de Isaías, le recuerda la invitación del Padre a saciarse gratuitamente de Él, a no perder tiempo ni dinero en aquello que no harta y satisface plenamente, porque no lo puede hacer.

El milagro no es la multiplicación; es el compartir el pan y la pobreza, el que los discípulos rompan los circuitos de la propiedad para un compartir que satisface tanto a tanta gente. Es experimentar en concreto la presencia de Dios en medio del "hambre" y la necesidad.

"Tomar", "bendecir", "partir" y "repartir". Son los verbos de la acción eucarística que hacen que la capacidad del hombre de hacerse cargo de las cosas, de manipularlas y transformarlas, no sea causa de tiranía o esclavitud, sino un medio de comunicación de lo más profundo de sí: ser co-creador por amor de ese Reino que hermana a los hombres y proclama la paternidad del único Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo.