Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XX del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Is.56,1.6-7: Rom.11,13-15.29-32: Mt.15,21-28: 

ISAÍAS. El profeta anuncia en la más genuina tradición de sus predecesores, que lo que Dios busca en su pueblo es un cumplimiento muy concreto: Guardad el derecho, practicad la justicia. Cuando se viva así llegará la salvación tantas veces prometida.

Pero el profeta va más allá en sus anuncios. Y pronuncia, en nombre de Dios, unas palabras que resultarían chocantes en los oídos de sus conciudadanos: también Dios abre sus brazos a los extranjeros. Judíos y gentiles van a ser tratados del mismo modo. También los otros pueblos son llamados a servir al Señor, a amar su nombre, a ser sus fieles, a regirse conforme a su ley y participar de su alianza con Israel. "Los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración". Son unas palabras de acogida que contrastan con la práctica que en esos momentos se estaba llevando en el pueblo.

El templo es el lugar sagrado donde se hace patente de un modo más especial la presencia de Dios; al templo sólo pueden acceder los que Dios acepta en su presencia, es decir, sus elegidos: el pueblo de Israel. Los demás deben permanecer a cierta distancia. Pero el profeta proclama que el Señor acogerá a cualquiera que se acerque para buscarlo sinceramente; que aceptará sus dones; que su casa se convertirá para todos en casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.

EVANGELIO. Es llamativo el texto evangélico de hoy en el que Jesús, aparentemente, no está muy dispuesto a realizar una curación sólo porque la beneficiaria es una mujer extranjera. La mentalidad xenófoba -diríamos hoy- en la Biblia está presente en muchos textos. Israel se siente el pueblo elegido por Dios, en detrimento de los demás pueblos a los que el Señor querría menos. Esta ocasión da pie a Jesús para mostrar a los suyos que Dios no hace acepción de personas, o de pueblos; sólo la fe de cada uno es la llave para abrir la misericordia divina.

Está clara la intención del Evangelio: también los paganos tienen parte en el pan de salvación, puesto que también ellos reciben el beneficio de la piedad del Señor; y llegará un día en que participen de la mesa de los discípulos. 

La Eucaristía de este día merece su nombre, si manda a sus comensales a reunir a quienes están todavía lejos de la mesa del banquete. Cristo presenta el contenido mismo del culto cristiano sin hacer acepción de personas, tanto si se trata de hombres como de mujeres, de niños como de adultos, de pobres como de ricos. En la medida en que los hombres comen en la misma mesa eucarística, cualquiera sea su pertenencia sociológica, significan el sacrificio de Cristo "para la multitud" y aceleran la venida del tiempo en que toda la Humanidad estará congregada en el Cuerpo glorioso de Cristo.