Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXII del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Jeremías 20, 7-9 Romanos 12, 1-2 Mateo 16, 21-27

JEREMÍAS. Perseguido hasta el extremo casi de la muerte, Jeremías se queja a Dios en varias ocasiones. El texto que hoy leemos es el comienzo de una de ellas. Con buenas palabras, aunque duras, se dirige a Dios echándole en cara que le ha engañado. En su vocación, en la llamada que sintió a profetizar en nombre de Dios, creyó que se encontraría con una buena acogida del pueblo, pues a él le hablaba en nombre de su propio Dios. Pero no fue así. Se reciben muy bien las palabras venturosas que vienen de Dios, pero cuando son de dura crítica, como eran las de Jeremías, hasta los oídos de los más devotos se vuelven duros. La reacción del pueblo, incluso de los más cercanos (hasta su familia, nos dice el profeta) se torna agresiva. 

Jeremías se siente solo, perseguido y abandonado de Dios. De aquel Dios que le metió en esta empresa y que ahora no da la cara por él. "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste". Frente a Jeremías otros profetas pronuncian bellos oráculos de bendición sobre el rey y sobre el pueblo. Pero a él le ha encargado el Señor hablar de "violencia" y de "destrucción". Con un mensaje así, ¿quién quiere escucharle? Es mejor apartarlo de la vista, despreciarlo: "Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí".

Quien de verdad percibe la voz de Dios no podrá acallarla en su corazón. Por mucho que le incomode y por más persecuciones que le atraiga terminará venciendo todas las resistencias. El profeta se resiste a Dios, pero la palabra divina que habita en él se resiste también a no salir y termina rompiendo las negativas del profeta. 

EVANGELIO. En el evangelio de hoy, Jesús anuncia a sus discípulos la última etapa de su vida: la pasión, la muerte y la resurrección.

Pedro, como portavoz de sus compañeros, tiene un aparte con Jesús e intenta disuadirle de ese alocado proyecto. Jesús no retira ni media palabra de lo que ha dicho. Y le manda que se retire y le califica de "Satanás" porque no entiende los planes de Dios.

Jesús invita a sus discípulos a que le sigan, haciendo suya la vida, la misión y el destino de su Maestro, por muy trágico e ignominioso que éste sea. Pero eso no quiere decir que el final para cada uno haya de ser la muerte en la cruz, tormento degradante reservado a los rebeldes y criminales públicos. Lo sustantivo es la vida diaria, convertida en el don de uno mismo, hecha de entrega generosa, y lista para llegar hasta la muerte martirial si la fidelidad a Jesús lo exigiera, porque fuera de esa perspectiva, aunque se ganara el mundo entero, la vida no se logra sino que se malogra.