Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Ezequiel 33, 7-9: Romanos 13, 8-10: Mateo 18, 15-20:

EZEQUIEL. Somos muy conscientes de vivir en una época marcadamente individualista. La absolutización del individuo y de la subjetividad nos lleva a olvidar a los otros, apostando por mi libertad, mi independencia, mi autonomía, excusas, muchas veces, para el egoísmo. Desde esta actitud, la tolerancia y el respeto se resuelven en clave privada: "respetar" es "no meterse con nadie"; "tolerar" es pasar de largo, indiferencia y desprecio del otro; cada uno hace su vida; cada uno se resguarda tras la puerta cerrada de su propia casa.

La existencia humana en cuanto tal se basa en la capacidad de escuchar una llamada y de elaborar una respuesta. El otro es "hermano", alguien de la propia sangre, alguien de la propia casa. Ambos términos suponen aceptar una responsabilidad ante el otro.

Por eso se entiende la responsabilidad que se espera del profeta, simple "hijo de Adán", atento a los riesgos de la conducta del hombre: "Si tú no hablas, poniendo en guardia al que ha hecho mal, para que cambie de conducta, a ti te pediré cuenta de su suerte". Por el simple hecho de pertenecer al pueblo, el "hijo de Adán" es corresponsable de la salvación de los miembros que no son fieles a su vocación. Responsabilidad pública ante las conductas que dañan a la comunidad.

EVANGELIO. El evangelio de hoy, tomado del discurso-instrucción de Jesús a sus discípulos, presupone un talante y un modelo de comunidad cristiana en la que sus miembros se sienten corresponsables, en la que se participa activamente y en la que se cree como medio de evangelización.

Pero la cercanía y convivencia dentro de la comunidad de seguidores de Jesús conlleva fricciones, ofensas, infidelidades y perjuicios. "Si tu hermano peca..." Se trata de alguien que forma parte de tu misma vida, un miembro de tu mismo cuerpo. Y se trata, no de restablecer justicia desde la distancia y la apatía, de censurar o condenar con la ley en la mano, sino de ganarle para la comunidad, de curar el cuerpo herido, de creer en un modelo social y eclesial de inclusión; y no de favorecer la marginación y olvido de los indeseados. Sólo cuando existen relaciones personalizadas adquiere pleno sentido la corrección fraterna. Sólo desde el amor responsable se podrá entender el delicado procedimiento que se establece para recuperar sano y salvo al hermano.

Primero: adviértele a solas, con discreción; no le dejes a su suerte, ilumina su libertad. Segundo: si no reacciona, ayúdate de otro u otros dos hermanos. Y, si esto no basta, "díselo a la comunidad". Un procedimiento que, al fin, será avalado por el mismo Dios, Padre del cielo. La comunidad ("ecclesia") pasa a ser mediación y verdadero sacramento de Dios.