Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Isaías 45,1, 4-6 1Tesalonicenses 1, 1-5b Mateo 22, 15-21 


ISAÍAS. Yahvé habla a Ciro, persona que no conoce a Dios, y le habla, para encomendarle una misión. Es decir: el no conocer a Dios no es una limitación para ser llamados a anunciar sus palabras de consuelo. El monopolio de la elección de Dios por parte de sólo un pueblo entre todos los pueblos de la humanidad, se desdibuja ante este relato del profeta. Constatamos que un «no judío» puede servir también de mediación adecuada para la actuación de Dios. 

Hoy nos resulta extraño comprender la historia como un teatro en el que el director de escena, en este caso el Dios de Israel, mueve a su antojo a los personajes. Pero para la época del profeta esta visión de la historia era normal. Su mirada profética quizá no sea certera en descubrir cómo actúa Dios en la historia, pero sí lo es al manifestar que nada de cuanto sucede es ajeno a los planes de Dios. El Señor de Israel actúa en la historia, de un modo misterioso, pero eficaz, para conducirla hacia un horizonte de salvación, incluso para aquellos a los que las circunstancias se lo están negando. 


EVANGELIO. El texto se presenta como una controversia entre dos partes: por un lado, los fariseos y herodianos, representantes del judaísmo y adversarios del Mesías; por otro lado, Jesús. El relato comienza con la iniciativa de los enemigos, que se acercan a Jesús y le formulan una pregunta con la intención de tenderle una trampa y pillarle en alguna expresión comprometedora; y termina con la respuesta desconcertante de Jesús, que los deja descolocados y los mueve a abandonar derrotados el campo de batalla.

Mucho se ha escrito sobre el significado de las palabras de Jesús. Clara señal de que la lectura puede empujar a interpretaciones divergentes según sean los presupuestos ideológicos del lector. Parece claro que, aunque estén sometidos al imperio romano, los ciudadanos de Palestina están obligados a contribuir con sus impuestos a sostener a la potencia ocupante, siempre que ese pago no implique la desobediencia a las leyes divinas. Por otro lado, la ocupación de Palestina por parte del imperio romano no anula las cláusulas de la alianza que Dios ha pactado con su pueblo; cada israelita, si quiere ser fiel a las leyes de Dios, deberá reconocer que a Yahvé, y sólo a Yahvé, se le deben formas de veneración y de obediencia, que ningún poder terreno podrá recabar para sí. La fe en un solo Dios prohíbe la divinización de cualquier poder temporal.