Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Ezequiel 18,25-28 Filipenses 2,1-11 Mateo 21,28-32

EZEQUIEL. Que Dios es justo, para todo israelita, es un axioma fundamental de su fe. Si en algo confía el buen creyente es en la justicia de Dios. Según la cual toda persona recibe una justa recompensa por todas y cada una de sus acciones. Así, será castigado si obra mal y recompensado si sigue los caminos del bien.

Unos versículos atrás el profeta había anunciado a sus oyentes que quien ha hecho el bien, si ahora abandona el buen camino y se deja llevar por el pecado, no tendrá ninguna recompensa por lo bueno que hizo, y será castigado por lo que hacía en el presente. Es decir, ante Dios no se acumulan puntos, que luego revierten en premios a los que se tiene derecho. A Dios se le obedece en todo momento; su camino debe ser seguido hasta el final. El creyente no puede quedarse a medias en su fidelidad.

Ante esta exigencia del profeta, el pueblo reacciona diciendo que, si esto es así, Dios no es justo. No busca Ezequiel negar la validez del bien que se hizo, sino evitar el abandono, por la rutina u otros motivos, de cuanto de bueno debe seguir haciendo el creyente. El profeta invita a una conversión permanente. Y lo hace por una doble vía: el que obra el mal que se arrepienta y obre el bien, y el que obra el bien que no se abandone y siga en ello. De lo contrario, sin atenerse al pasado, Dios hará valer su justicia conforme a las obras que cada uno esté realizando en el aquí y ahora de cada momento.

EVANGELIO. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo, nos permite descubrir quién actuó coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.

La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los demás o definitivamente salvados.

Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. El Evangelio claramente se decanta, sin vacilaciones, ante estas disyuntivas.