Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Is.5,1-7: Filip.4,6-9: Mt.21,33-43: 

ISAÍAS. El pasaje que hoy nos ocupa parte del anuncio de un gran y suculento festín que Dios mismo está preparando en el monte Sión, lugar claro de su presencia, donde tiene su templo santo, su morada. Es la imagen de la congregación, de la fiesta, de la abundancia, de la alegría... Dios no escatima en nada: "habrá manjares exquisitos y vinos de solera". Será una gran fiesta a la altura del anfitrión, como no puede ser menos.

El profeta denomina a Dios como Yahvé Sebaot, que se suele traducir como el Señor todopoderoso o el Señor de los ejércitos. Es un título que expresa el poder soberano de Dios sobre toda la creación. Los "ejércitos" serían la multitud de seres terrestres y celestes que pueblan el orbe entero. Todos salieron de sus manos; a todos gobierna y todos acatan sus órdenes.

Si algo se opone a la voluntad del "hacedor" es la desaparición de sus criaturas. La muerte es la negación del plan creador y salvador de Dios. Por eso, cuando llegue el gran momento de esa fiesta, la muerte será aniquilada. Entró en la historia humana de la mano del pecado; pero no tendrá la última palabra en la gran obra de Dios.

Y de igual modo, el sufrimiento, hermano de la muerte y consecuencia también del pecado, será exterminado. De un modo especial el Señor borrará el dolor de su pueblo, tantas veces golpeado por sus enemigos, tantas veces humillado y escarnecido.


EVANGELIO. El contexto histórico de esta parábola es la polémica de Jesús con los dirigentes religiosos del judaísmo: "sumos sacerdotes y senadores del pueblo". El argumento central es un rey que prepara el banquete de la boda de su hijo, al que se nombra pero que no aparece en escena en ninguna parte del relato.

Todo el protagonismo queda absorbido por el rey: él es quien ordena a sus siervos que avisen a los invitados, quien entra en el banquete para ver los que han acudido, y es también el único que habla; los otros personajes actúan, pero lo hacen en silencio. El relato se divide en cuatro escenas o tiempos en que se desarrolla la acción.

Ya está la sala llena de comensales. El rey quiere saber quiénes son los que han llegado; es un control elemental. Y cuando va girando su visita tropieza con uno que no está vestido de fiesta, una descortesía imperdonable. Se pone frente a él y, sin dudarlo, dicta la sentencia.

Terminan los privilegios del pueblo elegido y la invitación se hace universal. Pero no basta con matricularse en la iglesia, una pertenencia tangencial y débil: hay que vestirse el traje de boda. En la tradición bíblica el vestido representa las cualidades espirituales de la persona. Pablo nos dirá que encarnar el hombre nuevo es "revestirse de Cristo". La nueva Jerusalén estará engalanada como una novia que marcha al encuentro con el esposo.