Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31: 1Tesalonic. 5,1-6: Mateo 25,14-30:

TESALONICENSES. La liturgia del domingo pasado nos insistía en la necesidad de "tener encendidas las lámparas" porque se ha venido la noche encima y necesitamos claridad para ver el camino y salir al encuentro del Señor. Hace falta mucha luz para discernir, para identificar, para clarificar: luz para los individuos, para decisiones personales, luz para las familias, luz para la sociedad, y luz para la Iglesia. Por eso, la expresión paulina es densa, con el empleo de una redundancia: "sois hijos de la LUZ e hijos del día". Y esto no es una mera y simple metáfora, sino que es una expresión que debe ser unida al "Yo soy la LUZ del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12) como expresión definidora de Jesús: aquí vivir en la LUZ viene vinculado a tener la luz de la vida. Bíblicamente, la luz es símbolo de la vida, de la felicidad y de la alegría. Vivir sus actitudes, realizar sus obras, vivir en la diafanidad de su unión con el Padre y en la caridad con los hermanos, eso es ser hijos de la LUZ.

EVANGELIO. Hay una interpretación mercantilista de la parábola que recoge el evangelio de hoy que hace mucho daño; no se trata tanto de que cada uno haya hecho un montón más o menos grande con lo que se le confió. Es una simple y difícil cuestión de fidelidades.

La religión, como sabemos, es una experiencia de búsquedas y de encuentros: Dios es fiel porque viene a nuestro encuentro por la creación, por la alianza, por la salvación de Jesús y es fiel porque, pase lo que pase, nunca "retirará su rostro de nosotros", como dice el salmista. Lo que es ya más problemático es nuestra fidelidad.

Entender la parábola de hoy como una simple rendición de cuentas, dividendos e intereses es confundir eficacia con fidelidad. La regla primera del mundo es la competitividad, la eficacia, los rendimientos, por encima del respeto a la dignidad de la persona y de sus derechos más inviolables. En el Reino, la regla es la segura fidelidad de Dios combinada con la frágil fidelidad del hombre y esta es la historia quebradiza de la salvación. Lo dice el mismo dueño cuando se le presentan sus criados: el premio a los dos primeros es por "haber sido empleados fieles y cumplidores" y "por haber sido fieles en lo poco, recibirán cargos importantes".

El hombre de la parábola que se iba al extranjero, llamó a sus empleados y les encargó "sus bienes". Magnífico encargo que indica máxima confianza; también Jesús nos ha encargado cuidar de sus bienes, aquellos por los que dio su vida: su Cuerpo, su Sangre, su Madre, su Iglesia, los pobres, los abatidos, los que no cuentan para el mundo y sus galas, los silenciados, los oprimidos. Bueno, es cosa de mirar entre las manos qué bienes en concreto Él me ha encargado cuidar. Sólo se nos pide fidelidad y de ella seremos examinados cuando vuelva el Señor, que, por cierto, no se ha marchado del todo, sino que continúa con nosotros.