Viernes Santo. Jesús murió "porque le mataron".

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J





Y para llegar a ese trágico final, pasó por un proceso judicial de dos tribunales, que le condenaron a muerte.

Un tribunal religioso lo condena por blasfemo, por haber dicho que Él destruiría el templo, por falsas doctrinas, por haber dicho que era el Mesías de Israel.

En el otro tribunal, presidido por el procurador romano Poncio Pilatos, le acusan de alterar el orden público, de oponerse a que se pagaran los tributos al César, de pretender hacerse reconocer como rey de Israel, como si fuera un posible rival del César.

La muerte de Jesús tuvo, pues, causas históricas. Su lúcida defensa de la verdad, su opción irrenunciable por la justicia, por ponerse al lado de los pobres y de los débiles frente a los ricos y los poderosos, por ser crítico de la Ley y del Templo, tenía que acarrearle lógicamente la muerte.

Si la suerte de Jesús hubiera dependido del tribunal religioso judío le habrían condenado a morir apedreado. Pero al pasar su causa al tribunal político fue condenado a morir clavado en la cruz.

Esa muerte hay que verla desde otra ladera, con la luz de la fe. Jesús muere obedeciendo al Padre: «nadie me arrebata la vida, sino que yo mismo la doy: tal es el mandato que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 18). Jesús acepta su pasión y su muerte libre y voluntariamente. En la escena del prendimiento, en Getsemaní, se ve que, pudiendo dejar que le defiendan sus discípulos, les manda meter la espada en la vaina; y no pide el socorro de las legiones de ángeles, que el Padre le enviaría si Él lo quisiera. Su único deseo en la oración ha sido éste: «Padre, hágase tu voluntad». Nadie le fuerza: se entrega y se ofrece porque quiere. 

Jesús murió por nosotros, «por nuestros pecados». En primer lugar se quiere decir que nuestros pecados han llevado a la muerte a Jesús. La cobardía de Pilatos, la frivolidad de Herodes, la envidia de los fariseos, la ceguera de los dirigentes, la complicidad del pueblo; todos ellos cerraron sus oídos a la Palabra y condenaron a muerte a Jesús. Y en esas formas de maldad debemos ver los pecados de todos nosotros que, al olvidarnos de Dios, nos postramos ante los ídolos, somos cómplices de la injusticia del mundo y dejamos sin construir la fraternidad humana.

En segundo lugar, Jesús ha muerto para redimirnos del pecado, o sea, para salvar al hombre pecador: y la salvación significa sanación; salvar a un enfermo es devolverle la salud; salvar a un malhechor es hacerlo bueno. Cada uno de nosotros debería hacer suya la fórmula de Pablo: «Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí»: para sanarme, para hacer bueno.

Pascal escribió: "Cristo está en agonía hasta el fin del mundo". Siempre es viernes santo en todos los rincones de la tierra: creyentes perseguidos, niños maltratados, enfermos incurables, adolescentes prostituidos, ancianos en soledad no elegida, inmigrantes explotados... ¿No es nuestro deber más urgente bajar del madero a todos los crucificados de nuestro planeta?