Reflexiones Bíblicas

Vigilia Pascual Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara, S.J.

 

La Resurrección de Jesús ilumina su muerte en cruz, que ayer contemplábamos

Morir así, confiado, alcanza su último Sentido en la Resurrección.

Morir así es vivir. Dentro de esta muerte de cruz hay una vida que no puede ser absorbida. 

Ella está oculta dentro de la muerte. No viene después de la muerte. Está dentro de la vida de amor, de solidaridad y de coraje de soportar y de morir. Con la muerte se revela la vida en su poderío y en su gloria. Es esto lo que expresa san Juan cuando dice que la elevación de Jesús en la cruz es glorificación, que la "hora" es tanto la hora de la pasión como la hora de la glorificación. Existe, por lo tanto, una unidad entre pasión y resurrección, entre vida y muerte. Vivir y ser crucificado así, por causa de la justicia y por causa de Dios, es vivir. 

Por eso el mensaje de la pasión viene siempre unido con el mensaje de la Resurrección. 

Quienes murieron rebelados contra el sistema de este siglo y rehusaron entrar en los "esquemas de este mundo" (Rm 12, 2), ésos son los resucitados. La insurrección por causa de Dios y del otro, es Resurrección. La muerte puede parecer sin sentido. Pero ella es la que tiene futuro y guarda el sentido de la historia. 

La Resurrección es la plenitud de la manifestación de la Vida, presente ya dentro de la vida y de la muerte. El cristiano sólo puede afirmar esto mirando hacia el Crucificado que ahora es el Viviente. 

El texto de Romanos 6,3-11 se refiere al bautismo en su esencia y en sus efectos. El bautismo sitúa a los creyentes, vitalmente, en la muerte y Resurrección de Cristo. Por el bautismo el cristiano es injertado, sepultado en la muerte del Señor. Y como el Señor no permanece en la muerte sino que resucitó venciendo a la muerte y ya no muere más, así el que participa en su muerte empieza a participar en su Resurrección. 

Ahora bien, participar en su Muerte es morir con Él al egoísmo y a todas sus manifestaciones; es no colaborar en las obras del mal en el mundo. Y participar en su Resurrección es vivir, ya ahora, la vida nueva del amor con que Él resucitó (porque murió por amor a todos), y vivirla haciendo las obras del amor. 

Para morir así al mal y vivir ya de algún modo la vida nueva de la resurrección, el cristiano recibe en el bautismo el Espíritu con que Cristo vivió, venció al mal y resucitó: el Espíritu con que Él amó y fue libre es el Espíritu con el que nos libera para amar.