Reflexiones Bíblicas

Marcos 10, 17-30

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara, S.J.


Dos temas se entremezclan en este pasaje: el tema que se refiere a la incredulidad de los judíos, ilustrado por la negativa del joven. Y un tema que subraya la dificultad para entrar en el Reino con las riquezas en la mano.


Desde el principio el joven plantea la cuestión de la salvación. La única cuestión importante: ¿qué hay que hacer para salvarse?. Pero la plantea mal al dirigirse a un "maestro bueno", a un rabí más entre otros. Busca solamente una opinión de escuela. Jesús rechaza inmediatamente esta manera de actuar, recordándole la existencia de Dios, el único que es bueno. De esta forma deja entender que su respuesta no será una opinión de escuela, sino una orden divina que obliga a actuar en vez de perderse en discusiones sin fin.


La buena conciencia legalista del fariseo orgulloso de cumplir con todos sus deberes detiene una vez más al joven. ¿Qué más hace falta para salvarse?
Jesús deshace inmediatamente este legalismo, nuevo pretexto para no creer. Y formula un mandamiento preciso: "sígueme". El joven muestra entonces que sus cuestiones precedentes no eran más que evasiones: situado ante la orden de creer, confiesa no tener fuerzas para ello y se retira en el momento en que es invitado a superar la discusión ética y el legalismo, para encontrarse con la persona misma de Jesús y seguirle. Creer y salvarse es, a fin de cuentas, unirse a la persona de Jesús.


La verdadera pobreza del rico no es "no tener nada", sino comprometerse con los pobres y especialmente con aquellos que no pueden organizarse, defenderse y liberarse.


Comprometerse en el camino de la pobreza supone, hoy, analizar las causas de la miseria, tomar en serio la conciencia de clase pobre, poner los medios que permitan, efectivamente, mejorar la suerte de todos. Sólo con estas condiciones tiene la pobreza la posibilidad de ser evangélica.