X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 9,9-13: Esperanza

Autor: SS. Juan Pablo II

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

(Os 6,3-6) "Esforcémonos por conocer al Señor"
(Rm 4,18-25) "Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó"
(Mt 9,9-13) "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"
  


Homilía de Fernández Carvajal en "Hablar con Dios" Tomo III

---Esperanza

---Nuestra fortaleza es Dios

---Dios está cerca

---Esperanza

La ascética cristiana considera la vida del hombre en la tierra como un camino que acaba en Dios. Todos somos un homo viator, un viajero que se dirige deprisa hacia su meta definitiva, Dios; por eso, todos “debemos hacer provisión de esperanza si queremos marchar con paso firme y seguro por el duro camino que nos espera” (Pablo VI). Si el viajero perdiera la esperanza de llegar a su destino, detendría su marcha, pues lo que le mueve a continuar el camino es la confianza en poder alcanzar la meta. Nosotros queremos ir deprisa a la santidad, a Dios.

En la vida humana, cuando uno se propone un objetivo, su esperanza de alcanzarlo se fundamenta en la resistencia física, en el entrenamiento, en la experiencia; en último término, en su firme voluntad, que puede sacar fuerzas, si fuera necesario, de su misma flaqueza. Para lograr el fin sobrenatural de nuestra existencia, no nos basamos en las propias fuerzas, sino en Dios, que es todo poderoso y amigo fiel que no falla; su bondad y su misericordia no se parecen a las del hombre que es frecuentemente como nube de la mañana y como rocío de la madrugada, que pasa (cfr Os 6,1-6).

Mediante la esperanza sobrenatural, el cristiano confía alcanzar un objetivo definitivo que se encuentra incoado ya en esta vida desde el Bautismo y se logra para siempre en la otra. No es este objetivo una meta provisional, como en los viajes corrientes, punto de partida hacia otras metas. A través de esta virtud, esperamos y deseamos la vida eterna que Dios ha prometido a quienes le aman, y los medios necesarios para alcanzarla, apoyados en su auxilio omnipotente.

---Nuestra fortaleza es Dios

El Señor nos promete su ayuda para combatir las tentaciones y desarrollar el germen de la vida divina en el alma. Cuanto mayores sean las dificultades y más grande la debilidad, más firme ha de ser la esperanza en el Señor, pues mayores serán sus ayudas, más clara se manifiesta su presencia cerca de nuestro vivir diario. En la Segunda lectura de la Misa , nos recuerda San Pablo cómo Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchas naciones, según se le había prometido. Y comenta Juan Pablo II: “diréis todavía: ¿cómo puede suceder esto?. Sucede porque se aferra a tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas. Y es Él, el Dios de las misericordias, quien enciende en mí la confianza; por la cual yo no me siento solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación que desembocará un día en el Paraíso”.

No vaciló Abrahán a pesar de ser ya anciano y estéril su mujer, sino que se afianzó firmemente en el poder y en la misericordia divinas al estar persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete. Y nosotros, ¿no vamos a confiar en Jesucristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado por nuestra justificación? ¿Cómo nos va a dejar solos el Señor ante los obstáculos que encontremos para vivir según la llamada que de Él hemos recibido? Él nos da su mano de muchas maneras; de ordinario, en la oración diaria, en el cumplimiento fiel del plan de vida que nos hayamos propuesto, en los sacramentos y, de una manera particular, en los consejos recibidos en la dirección espiritual. La esperanza de ser santos depende de que aceptemos la mano que Él nos tiende. No se fundamenta esta virtud en nuestro valer, sino en el querer de Dios.

“Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala ‑aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, quoniam tu mecum es ‑porque el Señor está conmigo” (Forja 194).

---Esperanza

El Evangelio de la Misa nos muestra una vez más como el Señor está cerca de quien más lo necesita. Ha venido a curar, a perdonar, a salvar, y no sólo a conservar a los que están sanos. Él es el que cura ante todo las enfermedades del alma y no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, dice a quienes le critican porque come con publicanos y pecadores. Cuando los asuntos del alma no marchan, cuando se ha perdido la salud -y nunca estamos del todo sanos-, Jesús está dispuesto a derrochar más cuidados, más ayudas. No se separa del enfermo, no se aleja de nosotros, no da a nadie por perdido, pues Él nos llama a la santidad y tiene preparadas las gracias necesarias. Sólo el enfermo puede hacer ineficaces, rechazándolas, las medicinas y la acción de este Médico que todo lo puede curar. La voluntad salvadora de Cristo para cada uno de sus discípulos, para nosotros, es la garantía de alcanzar lo que Él mismo nos pide.

La virtud de la esperanza nos descubre que las dificultades de esta vida tienen un sentido profundo, no ocurren por casualidad o por un destino ciego, sino porque Dios las quiere, o al menos las permite para sacar bienes mayores de esas situaciones: afianzar nuestra confianza en Él, crecer en el sentido de nuestra filiación divina, fomentar un mayor desprendimiento de la salud, de los bienes terrenos, purificar el corazón de intenciones quizá no del todo rectas, hacer penitencia por nuestros pecados y por los de todos los hombres.

El Señor nos dice a cada uno que prefiere la misericordia al sacrificio, y si en algún momento permite que nos lleguen el dolor y el sufrimiento, es que conviene, por una razón más alta que a veces no comprendemos, en beneficio de nosotros mismos, de la familia, de los amigos, de toda la Iglesia ; quiere el Señor un bien superior, como la madre permite una operación dolorosa para que su hijo recupere plenamente la salud. Son momentos para crecer con fe recia, para avivar la esperanza, pues sólo esta virtud nos enseñará a ver como un tesoro lo que humanamente se presenta como un quebranto, quizá como una desgracia. Son momentos para acercarnos al Sagrario y decirle despacio al Señor que queremos todo lo que Él quiera. “Jesús, lo que tú ‘quieras’...yo lo amo” (Camino 773).

"Todo es para bien" (Rm 8,28), diremos en la intimidad de nuestro corazón, aunque atravesemos un gran dolor físico o moral. Hay que superar la tentación del egoísmo, de la tristeza o de los objetivos mezquinos. Caminamos derechamente hacia el Cielo.

Debemos especialmente ejercitarnos muchas veces en la esperanza ante las situaciones de la propia vida interior, sobre todo cuando parece que no se avanza, que los defectos tardan en desaparecer, que se repiten los mismos errores, de modo que la santidad se llega a ver muy lejana, casi una quimera.

                   Con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II